Quizás no exista otra guitarra en el flamenco más honda; ninguna suspira más cristalina que la de Rafael Riqueni; lenta, parsimoniosa, sensible y cabal, compleja y delicada, sutil y tremebunda. No sobresalen aristas, por eso quizás produce tanta melancolía y tristeza, tanta soledad y desamparo, tanto dolor, tanta amargura... Rafael Riqueni es uno de esos raros maestros que cobija un gen extraño y autodestructivo en el que se unen una sensibilidad que se forja en las catacumbas del alma, una maestría precisa y una complejísima arquitectura musical que se desdibuja en un océano de sensaciones. Cada vez que se escucha una de sus bellas composiciones se extrae un infinito número de sorprendentes consecuencias, de remotas asociaciones, de singulares paisajes creativos, a veces transitados por una inusitada vitalidad y otras, marcados por un acento intangible donde se reúnen la vida y la muerte, el deseo y la sobriedad de un talento inconmensurable. Rafael Riqueni atesora en su guitarra el sonido viejo de la melosidad de Sabicas, el genio constructor y legendario de Ramón Montoya, la creatividad sevillana del Niño Ricardo y una rarísima liturgia flamenca en la que se entrevera un sentido exponencial de la intimidad de lo jondo con algo parecido a un sentimiento cosmopolita del toque. Su música no se escucha, se siente, se percibe con el corazón; se rememora en cada momento sublime a través de una suerte de imperceptibles armonías que van surgiendo sin reparos de sus dedos de seda.
Rafael Riqueni aúna en sí todas las contradicciones y llega con su ausencia de artificialismo a un convencimiento poético de la necesidad de su discurso. Quizás por eso me recuerde tanto en su concepto de equilibrios y consecuencias al toreo de José Antonio Morante de la Puebla, a su orfandad melismática, a la pureza artística que comparten dos creadores consumados pero eclécticos en esencia, dos corazones atormentados que rebuscan en su yo el engranaje preciso de su percepción sonora.
Morante aúna ese duende barroco de Juan Belmonte y el compás gitano de Cagancho que tan sabiamente describiera Federico García Lorca; y Rafael, la sinuosa precisión de Agustín Castellón Sabicas y el genio de poniente de Ramón Montoya. Compás egipciano y sabiduría europea y mortal de la Andalucía más preclara que conozco, de la Andalucía sobreseída del devastador yugo cañí.
Morante torea supino con una rara facilidad en la que es imposible adivinar ningún esfuerzo, ni una mota de sudor y Rafael Riqueni es capaz de desgarrar el corazón sin apenas cerrar los ojos. Hay una especie de ternura para nada infantil en ambos, una sencillez que se superpone en cada lance/traste para lograr la perfecta división entre el control del tiempo y lo irrefutable de los espacios. Morante es Riqueni cuando torea por verónicas, con ese cuerpo apenas desmayado de sí pero sin ningún desafecto…, y Riqueni es Morante sin ir más lejos, en esa soleá increíble llamada calle Fabié (que dedicó a la memoria de su padre) y en la que rebusca un inmarcesible crepitar en una faena larga que se va componiendo a la vez que gira sobre sí mismo y alrededor de unas ideas que acompañan los oídos desde unos rasgueos iniciales que parecen no acabarse nunca.
Morante y Rafael son dos caras de la misma moneda aunque dudo mucho que ninguno de los dos lo sepa.
De hecho, una tarde de toros en el cada vez más ruidoso San Mateo de Logroño se lo pregunté al primero. Me atendió José Antonio sin levantar mucho la cabeza pero mirándome y me dijo que no le conocía: “¿Quién es Rafael Riqueni?”, me preguntó el torero. Eres tú, pero con la guitarra, le contesté yo sin ironía, sin vergüenza y odiándome a mí mismo por no haberme grabado ‘Alcázar de Cristal’ en un cedé y habérselo regalado allí mismo, en el callejón, al lado de poderosos empresarios y arrogantes apoderados, de un Joselito ganadero nervioso y con traje gris, de Pablo Hermoso de Mendoza (que es como Paco de Lucía pero subido a caballo) y de mis propios miedos que siempre me asaltan cuando hablo con alguien tan genial como Morante de otro genio (era como explicarle a Sócrates quién era Platón, para que me entiendan). Pero en el fondo sabía que no lo conocía; lo sabía pero no lo temía.
Rafael Riqueni del Canto nació en Sevilla, en la calle Fabié, a la que le dedicó esa soleá de nácar y atávica, una de las más intrigantes de cuantas se han compuesto para una guitarra flamenca, una soleá vertebrada con una armonía que se sustancia en falsetas complejísimas, en paisajes sonoros incontrovertibles, preñados todos ellos por una profunda estructura melódica, pero que conmueven mucho más por su delicadeza que por su sucesión de capacidades técnicas, por su concepto, por la conexión que produce desde los pasajes iniciales, mansos y tiernos como un amanecer, hasta ir dejando claras las referencias del toque, para embravecerse sin ira pero con un raro fulgor que no deja ni un resquicio para lo superficial o para lo anecdótico. La guitarra de Riqueni va pasando por todas las escalas aromáticas hasta ir dibujando lo más preciado de sí misma en picados sueltos en una sucesión de ritmos paralelos que se entrecruzan como los olores de un vino: regaliz, tonos de pastelería, sotobosque, frambuesa, madera que no tapa la fruta, que no la absorbe, que la deja límpida de taninos pero que algo nos dice que está plena en su interior. Todo lo que se espera de un gran vino está presente en el toque de Rafael, la delicadeza extrema de una nariz compleja, la sutileza intensa de ese color a teja vivo por el que pasa la luz sin agriarse y una boca que llega tersa como el terciopelo sin una mota de azúcar pero sugestiva como la canela en rama.
Un perfil para su discografía
Aunque Rafael había nacido para tocar, estudió guitarra con maestros como Isidoro Carmona y Manolo Sanlúcar. Con sólo catorce años ganó los concursos nacionales de guitarra flamenca de Córdoba y Jerez y se hizo figura siendo todavía un niño. Y aunque ha acompañado a un gran número de cantaores (Enrique Morente, el inolvidable Naranjito de Triana, Juana la del Revuelo o la Susi) su faceta más reconocida es la de concertista y compositor, “aunque yo me considero también un guitarrista para cantar, aprendí a tocar flamenco en las fiestas, siendo un niño, acompañando a mi padre. El cante me hace disfrutar como pocas cosas en la vida”, me dijo en una vieja entrevista, en la que además expresó su profunda admiración por Ramón Montoya. “Fue el gran revolucionario con su forma de rebuscar en la música clásica y traerla hacia el flamenco; luego aparecieron Sabicas y el Niño Ricardo, que bebieron también en Ramón Montoya hasta llegar a Serranito, Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar”.
En una entrevista concedida en 1994 a Ángel Álvarez Caballero para El País, reconocía Rafael que “lo primero que aprendí fue la escuela de Niño Ricardo, y ya cuando conocí la guitarra de Paco de Lucía fue cuando me animé a tocar, ya como una fiebre, como algo de lo que tenía necesidad grande de aprender”. Sobre la diferencia que existe entre el toque en solitario como concertista y el de acompañamiento del cante, Riqueni explica los matices que existen entre ambos: “Tocando solo tienes un mundo que es tuyo, particular, y has de contar una historia, desarrollar una obra. En el toque para cantar hay que estar muy pendiente del cantaor, tiene que gustarte mucho el cante, y sobre todo hacerlo también con cierta asiduidad, porque si no, cuando vas a tocar después de un tiempo te encuentras como un extraño”.
El primer disco en solitario de Rafael Riqueni se tituló Juego de Niños; sin embargo una de sus obras cumbres y quizás la más maldita y difícil de encontrar la tituló ‘Flamenco’, un disco grabado y publicado en Alemania en 1987 por Blue Angel. En España lo editó el sello GASA en formato de LP. José Manuel Gamboa, en la Guía Libre del Flamenco, cuenta que hay que "destacar el álbum ‘Flamenco’, registrado, sin trampa ni cartón, en Alemania porque es una auténtica lección flamenca de toque y composición. La minera que incluye (llamada Villa Rosa) tal vez sea la mejor de la historia".
Otro disco crucial para entender su carrera es el llamado ‘Maestros’, impresionado en 1994 por la compañía ‘Discos probeticos’, fundada por el maestro Enrique Morente y a la que en estos momentos está revitalizando. Como escribe Pablo San Nicasio, “se trata de una recopilación de diez piezas de tres grandes y diferentes maestros de una generación traumática. Aquella que dividió España y dispersó buena parte de nuestro patrimonio artístico, también el flamenco. Aquí hablamos de Agustín Castellón Campos 'Sabicas', Manuel Serrapí 'Niño Ricardo' y Esteban de Sanlúcar. Intérpretes evocados por un Rafael Riqueni cuya grabación supera, sin duda ninguna, las cotas alcanzadas por aquellos mismos creadores aludidos. Por fraseo, calidad de sonido, expresión. Por su capacidad de mimesis con la personalidad guitarrística de cada intérprete y su época. Riqueni sabe tocar como corresponde cada autor y cada estilo. Es decir, aparte de fenomenal creador, es un maestro académico con mayúsculas”.
Escribía, además, Balbino Gutiérrez en el libretillo de disco que ‘Maestros’ es “la obra valiente de un joven artista de nuestra época, que ha tenido la modestia de renunciar a la práctica compositora tan habitual, y a veces, tan superficial, de quienes se dedican al difícil y complejo menester de la guitarra flamenca. Rafael Riqueni ha modificado aquí su prolífica vena creadora (…) para restituir brillantemente los toques de Sabicas, Esteban de Sanlúcar y Niño Ricardo. Y lo ha hecho partiendo de dos bases: la de su gran capacidad técnica y la de su gran corazón (…). Resulta sorprendentemente admirable saber que bastaron cuatro tardecitas para emitir semejante torrente armónico y rítmico -notas, acordes, arpegios, falsetas y variaciones hasta el infinito- grabado en directo, sin más partituras ni químicas tecnológicas que las de una memoria y sensibilidad prodigiosas. La insólita experiencia artística se complementa con un conmovedor epílogo, donde se oye la voz generosa de Morente, en ‘Amargura’, que personaliza el álbum y se justifica el conjunto por la reciente y traumática etapa vital de Riqueni… Rafael y Enrique, ¡no teníais derecho a herir de este modo, con tanta emoción y hermosura!
La primera vez que tuve la oportunidad de ver a Rafael Riqueni en directo fue en la edición de los Jueves Flamencos del Teatro Bretón, cuando vino con María Esther Guzmán para interpretar la ‘Suite Sevilla’, grabada en 1993 en homenaje a varios de sus maestros y en la que rezuman magníficos recuerdos de compositores españoles como Albéniz o Turina. El propio Rafael Riqueni cuenta en la carátula del disco sus anhelos:
“Siempre he creído que la música podía contarnos muchas cosas de nuestras vidas, más que nuestras propias palabras; ahora, después de manuscribir Sevilla estoy plenamente convencido de ello. Decir Sevilla significa tanto para mí que prefiero decirlo con la guitarra… muchas primaveras vi pasar y ellas a mí. Creo firmemente que si algo puede colmar a un artista apasionado es su propia obra y yo, en esta suite reconstruyo mi vida en Sevilla para devolverla en forma de cuento mágico”.
Rafael dividió Suite Sevilla en cuatro estancias a las que él llamó Cuadernos: El Real, Mi Paseo, Ensueño y Realidad, describiendo el ambiente de una mañana de feria en abril o el fuego del albero a punto de estallar en forma de bulerías… Así describe el propio Riqueni su ansia creativa: “Yo, en un intento de emular al genio de Isaac Albéniz en su Iberia, he dibujado el tema de amor en la primera voz y la algarabía del pueblo en la segunda. El segundo cuaderno encierra un significado especial porque define mis costumbres. Comienza en la Alfalfa, en la peña del Niño Ricardo que tanto frecuenté –fandangos de Sevilla-, y sigo mi Paseo de ensueño como fantasía del aire; acabo como siempre en el Puerto de Triana, en referencia constante a mi barrio y sus gentes de mi nostalgia”.
Como colofón a este pequeño homenaje al tocaor que más me llega al corazón quiero reproducir lo que escribió de él uno de los mejores analistas del toque flamenco de la actualidad, Norberto Torres Cortes:
Existen ciertas coincidencias entre la estética romántica y la música de Rafael Riqueni del Canto: contraste con las normas inmediatamente anteriores, exaltación de la libertad individual, fuerte personalidad musical, inclinación por el instrumento solista o pequeñas formaciones, inspiración, sentimentalismo y melancolía, complicación y ampliación de los procesos modulantes, etc. Como lo tuvo Chopin en su época, Riqueni tiene un concepto nuevo de la armonía, del ritmo, de la melodía, del diseño. Su discografía solista permite valorarlo como uno de los más importantes músicos flamencos de finales del siglo XX. O sea, Riqueni es un fuera de serie.
Está fuera de la serie de guitarristas que necesitan hoy de la seguridad de un grupo para expresarse. Lo suyo sigue la tradición instrumental de los grandes virtuosos del siglo XIX: sólo con su sonanta en el escenario para ahuyentar las angustias de la creación. ¿Quién hoy puede mantener la tensión comunicativa con la desnudez de una guitarra? Es un fuera de serie porque lo suyo va más allá de las formas. Su música contiene tal angustia, desesperación, urgente necesidad de dejar brotar el don de creación que le quema, que revienta los diques de las formas flamencas para dejar fluir un aluvión de ideas, propuestas y hallazgos, urgencia expresiva. Hay muy pocos artistas del flamenco cuya necesidad de expresión les sitúa por encima de las formas. Por este motivo, es uno de los elegidos, cuyo destino le puso una guitarra entre las manos, para ayudarnos a soportar las miserias y desengaños que invaden nuestra realidad cotidiana. Sin mediatintas, su guitarra transmite unas vivencias donde los extremos están siempre presentes, y donde la música es la única manera de conseguir lo imposible: la armonía de los demonios que le atormentan.
Al mundo quiero contar/ mis vivencias y mis penas
Las primeras como buenas/ y las otras pa olviá
No hay mayor enfermeá/ que te duelan tus vivencias
Y a mí me duele la vía/ Y qué doló el viví
No sé lo que hago en esta vía/ si nacer o morir.
(Rafael Riqueni. Vivencias).
RAFAEL RIQUENI AHONDA EN EL MEJOR RAFAEL RIQUENI
Rafael Riqueni, ayer en Sevilla. |
Otra de las cumbres de la noche llegó de la mano de Mayte Martín, que cantó para un Rafael que hizo crujir su guitarra por soleá y por Málaga en dos interpretaciones que por sí mismas valieron por toda la noche. Fue sencillamentre tremendo: si la guitarra había sido cristalina como 'El estanque de los lotos', ahora sonaba negra por Jerez, por Triana, por Naranjito, por Melchor de Marchena, por Sabicas...
El concierto terminó con el grupo con un paseo por varias de las composiciones memorables de Rafael: 'Al Niño Miguel', 'Alcázar de Cristal', 'Mi tiempo' o 'Puerto de Triana', de su memorable 'Suite Sevilla', la anterior obra conceptual de Rafael Riqueni, una de las cumbres de la guitarra del siglo XX.
o Addenda personal: Al final de la actuación tuve la oportunidad, gracias a Antonio Benamargo, de departir un rato con Rafael y tomarnos, incluso, unas cervezas en un bar al lado del Teatro Lope de Vega. El maestro me dio las gracias por venir desde Logroño y yo le di la enhorabuena por su maravillosa actuación. Desde la presentación en Bodegas Ontañón de mi libro 'Santísima Trinidad' no se había vuelto a subir a un escenario. Me alegro infinito de haber podido estar en Sevilla y compartir con él y su gente su nagnífico regreso a las tablas, que en su caso, es a su propia vida.
o Programa de Parque de María Luisa (Primera Parte): 'Aquel día', 'El estanque de los lotos', 'La isleta de los patos', 'La explanada', 'El costurero de la reina', 'Cogiendo rosas', 'Te llevé de la mano', 'Esperándote', 'La glorieta de Bécquer', 'La glorieta de los Quintero', 'Plaza de España', 'Agua oculta' y los tangos de Parque de María Luisa 'Monte Gurugú'. Segunda Parte: 'Alcázar d Cristal', 'Soleá de Mayte Martín', 'El loco', 'Al Niño Miguel', 'Mi tiempo', 'Santa Cruz', 'Puerto de Triana', 'Vagabundo' y 'Aguita clara'. Músicos: Rafael Riqueni (Guitarra). Mayte Martín, artista invitada (Cante). Yago Santos (Segunda guitarra). Guillermo McGill (Batería). Manuel Calleja (Contrabajo). José Luis López (Chelo) y Pablo Maldonado (Teclados). Teatro Lope de Vega de Sevilla (lleno). Jueves, 15 de septiembre de 2011.
VUELVE RAFAEL RIQUENI
Cuando entorno los ojos y pienso en la música se aparece en mi corazón el sonido de la guitarra de Rafael Riqueni, la voz de sus cuerdas, el desgarrado aliento sevillano de un creador que carece de parangón porque sus composiciones son capaces de rivalizar con el mismísimo silencio en magnitud, confines y templanza. Rafael Riqueni llevaba la friolera de dieciséis años si publicar un disco a pesar que de su mano han surgido varias de las obras más alucinantes del repertorio de la guitarra flamenca actual: su garrotín ‘De la Vera’, por ejemplo, es de tal delicadeza sonora y de tanta precisión en tiempos y espacios, que cuando lo compuso en 1990 supuso un verdadero redescubrimiento de lo que era la guitara flamenca al desnudo, tañida con el alma, con la fuerza de la ingravidez más desconcertante. En 1987 se fue a Alemania y grabó para una ignota casa de discos una obra que tituló sencillamente ‘Flamenco’ (imposible de encontrar por estar cien veces descatalogada) y que es una revelación esencial para todas las personas que hemos tenido la suerte de escucharla sobre la diferencia que existe entre oír y sentir. Hay una minera dedicada a Don Ramón Montoya que te suspende en un confín absoluto porque no hay ni una mota de artificialismo, nada que pueda entorpecer el crepitar del sonido de Rafael y nuestros corazones. Pues bien, Riqueni, que la última vez que tocó en público fue en Bodegas Ontañón a finales del año pasado, vuelve hoy a un escenario: el del Teatro Lope de Vega, de Sevilla, acompañado por la dulcísima voz de Mayte Martín. Dará paso a una obra llamada ‘Parque de María Luisa’, presentada de forma conceptual como su ‘Suite Sevilla’ y de la que hizo algún esbozo en Logroño. Seguramente significará un antes y un después tras tantos años en silencio. Bienvenido, Rafael.
Amo a estos dos tíos; no sé cómo poderlo expresar mejor. La grandeza cantaora de Enrique Morente y la sutileza extrema de Rafael Riqueni. Ahora por siguriyas; aquellas mismas que grabó con Saura y la guitarra de Juan Manuel Cañizares. Este concierto fue en Vitoria, en el polideportivo de Mendizorroza, en su Festival de Jazz y tuve la inmensa suerte de vivirlo allí mismo. ¡Cuánta magia!
© Pablo García-Mancha
Pablo G. Mancha (Logroño, 1968) es periodista y escritor. Trabaja para diversos medios de comunicación.