Lamentable corrida de Alcurrucén, una de las ganaderías más esperadas de San Isidro, que resultó una mansada impropia y sin presencia
Hacía años que la ganadería de Alcurrucén no lidiaba una corrida tan pobre en Madrid, pobre de toda solemnidad, paupérrima e impropia de presentación y, lo que es peor, sin el más mínimo atisbo de bravura a través de un sórdido muestrario de mansedumbres de toda condición y pelaje. Una corrida para el olvido en la que sólo pudo emerger, a través de una rendija que casi parecía distópica, la figura de Diego Urdiales con el quinto -'Limonero'- con el que ofreció toda una declaración de intenciones y práctica del toreo natural con un astado sin fondo con el que pisó los terrenos de la decisión sin el más mínimo aspaviento y en la que logró, a base de una perfecta colocación, de un temple casi imposible, dos series con la mano izquierda que el toro se tragó sin apenas darse cuenta. Está el torero de Arnedo en un momento de una lucidez y una expresión que hace fácil lo que resulta más complejo en el toreo. Colocarse en la rectitud de la embestida, jugar las muñecas y tirar de los vuelos con una convicción tan profunda que hubo muchos espectadores que lo vieron tan sencillo y no fueron capaces de aquilatar como se merecían las formas y el fondo de una faena que tuvo la virtud de ir creciendo a medida de que el torero de Arnedo iba ahondando en la áspera condición del animal. Creo que Urdiales atisbó la rendija que le ofreció 'Limonero' a la salida del primer puyazo y por eso se decidió a hacerle un quite por verónicas en los medios. El toro pasaba por allí desentendido y sin entrega, pero obedeció al diestro. Obviamente no lo brindó, era el quinto de la tarde, y la sensación de toda la plaza es que la corrida se había puesto imposible y que un milagro a esas alturas parecía harto improbable. Pero fue Diego caminando hacia el toro, desmonterado, pausado y muy serio. Y comenzó a cocinar los viajes con la mano derecha quedándose en el sitio y con la muleta resuelta y mandona. El toro iba cariacontecido y tras otra serie en redondo abrochada con un buen pase de pecho, sacó la zurda y consintiéndoselo todo le propinó dos series con dos naturales últimos en cada tanda tan hondos como improbables. Madrid se calentó a medias porque, en el fondo, sabía que no había más toro y que aquellas dos series del riojano iban a ser como un espejismo. Difícil más con menos. Había quedado la firma del torero de Arnedo que se fue detrás de la espada con absoluta derechura y cobró la estocada de la tarde y una de las mejores de lo que va de feria. El miércoles queda la Beneficencia. Y a eso se agarró a Urdiales casi desde el primero, un ejemplar feo, zancudo y pitorrudo, que literalmente no tuvo un pase. También lo despenó con una habilidosísima estocada. El mejor toro de la corrida fue el primero, con el que Antonio Ferrera planteó una una faena efectista al abrigo de chiqueros. Hubo colocación pero apenas toreo. A partir de ese momento, todo se fue despeñando y ninguno de los seis 'núñez' contentó a una cátedra que este viernes pareció asumir el cansancio de tantas semanas de toros seguidas. El misterio aparece pocas tardes y hasta Ginés Marín se vio afectado por esa necesidad de descanso. No tuvo lote y acusó en extremo el peso de la tercera tarde en Las Ventas con la miel en los labios de un toro de ensueño desaprovechado.
Feria de San Isidro. Toros de Alcurrucén (4° Cortijillo) muy desiguales de presencia, escurridos y mansos en diversas escalas. Corrida decepcionante, sin fondo y muy aquerenciada. El lote de Urdiales fue imposible: el primero se metió siempre por dentro soltando la cara y sin fuelle y su segundo, sin apenas codicia, tuvo un puntito de bondad pero careció de fondo e inercia
Antonio Ferrera: ovación con saludos y silencio.
Diego Urdiales: silencio y ovación con saludos tras aviso.
Ginés Marín: silencio y silencio
Plaza de Toros Monumental de Las Ventas. Casi lleno en tarde fresca y sin viento. Vigésimo quinta de abono.