Clamor por la lentitud del toreo del arnedano tras una faena para la memoria que no logró el premio al caer a espada baja pero que ratificó su momento
Es difícil asomarse, siquiera, a la lentitud que imprimió Diego Urdiales a su toreo en La Maestranza. Tan lento, tan conmovedor y tan roto de torería que el público recibió con asombro aquel racimo de naturales finales enfrontilado y a pies juntos ante ‘Nebli’, el Juampedro bellísimo al que redujo su velocidad a la mínima expresión de la cinética. Se diría que como aquella encina que antaño plantó ‘El Viti’ en esta misma plaza, ayer Diego dibujó el aire mecido de una vid de garnacha en ese minúsculo espacio de la divisoria del sol y la sombra donde fue macerando una faena rica en antoncianos, sin el más mínimo retorcimiento: compás desnudo de adjetivaciones, la cintura, las yemas de los dedos, los vuelos, la tela como líquida, todo resumido en tal naturalidad que lo que estaba sucediendo rayaba con lo imposible, con lo inaudito de su propia excepción como torero. Un tipo de Arnedo al que Curro Romero ha designado como su plentipotenciario embajador en el presente, como el genuino depositario de la esencia.
Hubo tanto toreo, tanta expresión, tanto asiento como bellezas sueltas. Un soberbio trincherazo, tan redondo y fluido que retaba a la forma del agua de sus dos capítulos a la verónica. Primero en las de recibo, mirando a los ojos a Pepín Martín Vázquez por su hondura gravitacional y después, acordándose de Rafael en las del quite, con dos medias: la primera de recurso para aliviar el viaje que se le vino por dentro, y la segunda vibrante con efluvios de Antoñete. Urdiales se recreó, en fin, en redondo y al natural, con tiempos para el toro, ahondando en la paciencia para traerse al animal embebido desde los embroques y afianzar el escaso fuelle que desarrolló desde su comparecencia en el albero.
No hubo música; sonó el estremecedor compás del crepitar de sus telas rozándose con el albero. Tiempo y compás; compás del tiempo. Y Diego bordando el natural; con el medio pecho o como al final de la faena, a pies juntos, homenaje al toreo de frente, a una forma de ser y sentir la tauromaquia. Una belleza desplegada sin una mota de afectación. Sevilla asombrada y una pena la estocada baja que le privó de la oreja pero le puso en bandeja una vuelta al ruedo aclamada y sentida como pocas. La faena más armónica de lo que llevamos de feria, la sustancia del toreo marciano en una época en la que la velocidad esconde todos los defectos del arte como el exceso de frío escamotea los aromas más profundos de nuestros vinos blancos más legendarios.
Esta faena tendrá la virtud de crecer con el tiempo, de saborearse y recrearse con ella en los predios de la memoria. Urdiales se sintió en Sevilla y la cátedra del Baratillo literalmente se emocionó con su naturalidad por encima de pasajeras modas.
El quinto fue un toro rebrincado por el que Diego Urdiales apostó más allá de lo necesario dejándoselo crudo en el caballo y al que le ofreció todas las ventajas. Se quedó muy quieto y expuso más de la cuenta. Salió rebotado, afortunadamente sin consecuencias, del espadazo y escuchó un aviso.
Morante ofreció momentos también sublimes. Disfrutó con un sobrero al que se empeñó en torearlo en terrenos de chiqueros tras embarrar el albero con un inoportuno manguerazo en mitad de la corrida. El diestro de La Puebla salió arreado y planteó una faena de bragueta y colocación en la que logró momentos extraordinarios al natural. Morante salió espoleado por el toreo de Urdiales. Retar al artista máximo del toreo con la naturalidad de los vuelos tiene estas maravillosas consecuencias. Y aunque marrara con los aceros, el público asistió embelesado a una gran tarde de toreo. Dos diestros diferentes en el palo de la misma expresión, frente a frente. Ojalá vengan más tardes para descarrilar la monotonía que nos abruma y revolver los cimientos del toreo con la imprevisibilidad del arte.
FICHA
Seis toros de Juan Pedro Domecq, corrida preciosa de lámina, noble, con clase pero justos de raza y fuelle. El cuarto, devuelto; sobrero del mismo hierro. El mejor de la corrida fue el sexto, que derrochó clase y calidad por ambos pitones.
Morante de la Puebla: silencio y ovación con saludos tras aviso.
Diego Urdiales: vuelta al ruedo y silencio tras aviso.
José María Manzanares: silencio y palmas
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería: lleno de no hay billetes. 8° de abono; lunes, 6 de mayo de 2019.