sábado, 13 de abril de 2019

ISRAEL GALVÁN, UN GENIO

Lo más complejo en un artista es ser capaz de crear un lenguaje propio, un estilo que sea único, tuyo y particular. Hacerlo en el flamenco es aún más complicado porque en esta expresión artística la tradición y el respeto a las formas canónicas tiene un peso gigantesco. Sin embargo, en determinadas ocasiones de la historia han aparecido maestros de talla gigantesca que han sido capaces de crear nuevas modulaciones y fórmulas que partiendo del conocimiento de la urdimbre de cada uno de los palos, de sus ritmos y de sus variantes, han evolucionado el arte con sus personales creaciones. Los ha habido en el cante, desde Don Antonio Chacón, Caracol, Camarón, Morente; en el toque: Sabicas, Montoya, Ricardo, Paco y Rafael Riqueni y, desde luego, en el baile. Y el último de ellos, es Israel Galván, que dejó el jueves en el Bretón (en el último concierto del ciclo) una actuación tan intensamente personal como bella y cuajada de momentos verdaderamente mágicos, con el cante de David Lagos y la guitarra absolutamente melismática de su hermano Alfredo, que dio un soberbio recital de elegancia por todos los palos, por soleá, por alegrías, por siguiriya, por donde usted quiera que vaya, Alfredo lo borda, como demostró el año pasado con Rosalía en el Salón de Columnas.

Israel baila, canta y toca la guitarra con su cuerpo. Se deshace en un paseo vibrante por los cantes del flamenco en una sucesión inmarcesible y única de encuentros y desencuentros con su anatomía, que crepita con el misterio de la intensidad, del ritmo frenético, con las disonancias de las reverberaciones de ese tablado negro y conmovedor que parecía que el propio teatro, sus cimientos, se sumaban a su danza negra y luminosa a la vez. Israel es único, diferente a cualquier bailaor de la historia porque su sintaxis es distinta. Baila en el contrapunto, en el alambre de todos los alambres (’Man on wire’) y hace precisamente de su derrumbarse por todos los precipicios sin perder ni un ápice de su personalidad buena parte de su inalcanzable herencia.

Baila en la silla, sentado baila. Se encarama en la silla y baila. Pisa la silla y sigue bailando como un cóctel de todas las danzas. Es puro sincretismo, adIvinación de bailes. No respira. El público respira por él conteniendo sus bocanada de aire cuando se sube por las paredes de la danza y hace que crepiten sus nudillos, la falanges, no existe hueso de su cuerpo que no vibre cuando baila. Su taconeo va más allá del taconeo. No sé si es más rápido que aquel genial Ramírez, pero ametralla a compás como pocos. La Edad de Oro es su mejor obra. La más radical aunque formalmente sea la más parca en motivos. El cantaor, el tocaor, una silla y el negro infinito del escenario. Un juego de luces para romper el fondo inmensamente negro y toda la creatividad gigantesca del más personal de los bailaores. Me cautivó en 2008 con Fernando Terremoto y el jueves nos volvió a dejar a todos entusiasmados.

o XXIII JUEVES FLAMENCOS Obra: La Edad de Oro. Solista de baile: Israel Galván. Cante: David Lagos. Toque: Alfredo Lagos. Séptima a y última gala del abono. Teatro Bretón de los Herreros. Jueves, 11 de abril de 2019.

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