Tomasa Guerrero ‘La Macanita’ abre a boca y te coloca en el Barrio de Santiago de Jerez como un caleidoscopio absolutamente extraordinario. Le miras los ojos a Tomasa y aparecen dos lunas negras, las lunas de la Tomasa que acarició con esa siguriya suya tan indescifrable, en la que canta sin el más mínimo aparato, solo con el vestigio que domina su universo sonoro. La luna, el toque de Manuel Valencia y la garganta lírica de Tomasa apoderándose de todos los registros. Canta a un naufragio del alma desde de lo alto del mástil de un bajel morisco con el que recorre la bahía, desde Cádiz a los puertos con esa cantiña suya tan dulce que se labró en su presentación de una noche que en realidad era un reencuentro con un público que siempre se ha dejado seducir por la elegancia y el misterio de su garganta lorquiana y su mirada de india, de gitana bella y poderosa que ha heredado la fragancia de las voces de su tierra y que le gusta pasearse por el cante sin añagazas ni facilidades melismáticas que nos conduzcan al pozo negro de los gorgoritos para la galería. Tomasa es una voz de ley y de fragua, de compás, de azogue como esa verdadera maravilla que constituyó la malagueña en la que penetró en el Jardín de Venus a buscar la flor que tato amaba. Y ahí me acordé de don Antonio Chacón, el zapaterito de Jerez, con ese cante iluminado al que hay que arrebatar segundos al tiempo y al aliento para no quedarse sin respiración, sin fuelle, gracias a ese prodigio de compás que demostró en una soleá en la que sacó a relucir toda la técnica que atesora pero a la que le faltó ese punto de emoción que hace que un tema pase de lo correcto a lo que te rasga el alma. Y es que un concierto, de naturaleza tiene que ser un punto guadianesco y desigual. Los cantaores ni son máquinas ni nadie espera que lo sean. Ni mejor ni peor. Quizás fue un respiro en el tiempo que se ofreció a sí misma para abordar los cantes de su tierra, la bulería o la siguriya con una interpretación sublime de Manuel Valencia, uno de esos tocaores que asustan por lo jóvenes que son y hasta dónde se puede adivinar que serán capaces de llegar cuando comiencen a asomarse al balcón de la madurez. Tiene cara de niño, le sueña afilada la guitarra, lírica, tremebunda cuando es necesario el rasgueo roto y electrizante. ¿Y qué me dicen del compás guajiro del Macano y Chicharito? Dos metrónomos con alma y guasa, dos gigantes de ritmo de este rito que es el cante y con el que Tomasa nos hizo vibrar este jueves cuando caía la tarde. Y no se me puede olvidar el final y las pataítas. ¿Qué es bailar? Lo van a ver ustedes con Israel Galván cuando termine el ciclo, pero bailar también es coserse a las olas del mar (los faldones de la camisa) y hacer cosas que parecen imposibles. Y hacerlas con gracia, y que te cante al lado la Macana mientras te sale eso que llevas (los que lo llevan) en el fondo del alma.
o XXIII Jueves Flamencos. Cante: Tomasa Guerrero ‘La Macanita’. Toque: Manuel Valencia. Compás: Chícharo y Macano. Teatro Bretón de los Herreros (localidades agotadas). Cuarto concierto del abono. Jueves, 21 de febrero de 2019. o Esta crítica la he publicado en Diario La Rioja