Ángeles Toledano dibujó un concierto bello y concreto en la antesala de los XXIII Jueves Flamencos que se celebró en Bodegas Ontañón el jueves en una preciosa sala de un templo dedicado a la memoria de Miguel Ángel Sáinz, con varias de sus obras más singulares en sus muros, como esa ‘Epifanía en Monteagudo’, con las cárcavas desoladas y las tierras heladas y paupérrimas de los eneros heladores de La Rioja Baja. Sonido precioso, aunque un punto metálico, y llenazo en un ambiente que reclamaba para sí el efecto de los buenos presagios. Nos espera un ciclo lleno de esperanzas, de cantaores consagrados y de voces nuevas que buscan un lugar al sol en el universo del cante. Y una de ellas es la de Ángeles Toledano, una joven de 23 años que continúa inmersa en su formación y que cuenta con los dedos de las manos sus actuaciones en el territorio de la profesionalidad. Y cuando aparece una voz tan joven, una cantaora tan diligente y estudiosa, siempre temo al academicismo lógico de los años de estudio, de la concentración y de los esfuerzos para conocer al dedillo la urdimbre de cada cante, el compás preciso, los cambios, la sonoridad de cada tercio… En fin, todas las complejidades técnicas que alumbran el flamenco y lo convierten, cuando se estudia, en una suerte de laberinto por donde ha de discurrir la voz para cantar con arreglo a los cánones, con sus melismas, con sus entradas, con toda la alquimia necesaria para rehogarse en la perfección.
Ángeles está dotada de una voz preciosa, cálida y nítida con la que se pasea por los cantes con extrema elegancia, pero también con ese punto lógico de frialdad de quien está más pendiente de la corrección que del sentimiento. Se abrió de capote por cantiñas gaditanas y dobló el mapa del cante para continuar por la Taranta. Ambas de gran factura pero cuando más me gustó fue al llegar a los tangos, –extremeños y gitanos–, con la voz rompiéndose en ese aire de La Caíta que tanto me enloquece. Ángeles se quitó el vestido de la perfección para cantar con el estómago, por momentos sí, pero bellos y hondos como se merece el cante.
Meció una soleá cantaora pero me gustó mucho por la media granaína de Don Antonio Chacón ‘Engarzá en oro y marfil’, una belleza auténtica por su delicadeza y musicalidad. Fue, quizá, la pieza que más me emocionó de Ángeles, con un tocaor al lado que dibujó varias entradas novísimas como la que hizo en las alegrías del principio del concierto. La despedida tuvo dos partes. Unas bulerías ‘camarónicas’, firmadas al final con unas letras increíbles de la Leyenda del Tiempo y dos sorbitos por fandangos. A mí se me hizo corto. Y eso es bueno. Nos quedamos con ganas de más; y eso que nos saciamos de cante y vino en un lugar único donde el jueves se dieron la mano los taninos y los polifenoles con el asombroso misterio del arte flamenco.
o XXIII JUEVES FLAMENCOS
Cante: Ángeles Toledano. Toque: Ángel Flores. Lugar: Bodegas Ontañón. Localidades agotadas. Concierto de presentación del ciclo. (Fuera de abono). 17 de enero de 2019. / Esta crónica la he publicado en Diario LA RIOJA