domingo, 20 de enero de 2019
MORIRME
Sé que cada día estoy más cerca de morirme y me atormenta la certidumbre que me acompaña de saber a ciencia cierta que he vivido ya más –bastante más– de lo que me queda por vivir. Pienso en la muerte a cada paso que doy, en la incógnita de todas las incógnitas y atisbo que la muerte verdadera no llega cuando desfallece nuestro corazón sino cuando desaparece el portador de nuestro último recuerdo, de la postrera brizna de nuestro pensamiento, de la huella final de la que tras de sí ya no quedará nada. Por eso morimos dos veces y la última de ellas es inexorable y definitiva porque supone la desaparición de cualquier último rastro de nuestro paso por la existencia. En estas disquisiciones andaba Unamuno cuando escribió su oda a Salamanca: ‘Cuando yo me muera / guarda, dorada Salamanca mía, / tú mi recuerdo’. Unamuno sabía a ciencia cierta que moriría pero quería aliarse con la inmortalidad para evitar la segunda de las muertes, que era en realidad la que más le corroía, la que describió en su Cristo de Velázquez: ‘Por ti la muerte se ha hecho nuestra madre / por ti la muerte es el amparo dulce / que azucara amargores de la vida’. Como relataba otro vasco extraordinario, José Miguel de Azaola, Unamuno «no quería morirse del todo». Nadie lo quiere, ni vagamente el pensamiento suicida coquetea con el último umbral de nuestra morada. Confío pues en el último arrepentimiento antes de sobrepasar la puerta donde aguarda el mítico cancebero que a todos nos espera por igual, sin importarle los poemas que hayamos escrito o las mujeres que nos amaron. Todo se disolverá cuando el último recuerdo cierre los ojos y se confunda con el infinito. ‘El sueño va sobre el tiempo / flotando como un velero / nadie puede abrir semillas / en el corazón del sueño’, que cantaban Federico y Camarón. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja