Histórica actuación de Diego Urdiales ante una serísima corrida de Fuente Ymbro con la que consagra el toreo más puro como sello absoluto
El riojano corta tres orejas, realiza la mejor faena de toda la temporada en Las Ventas y se encarama en la cúspide del toreo
Tarde para la historia de Diego Urdiales ayer en Las Ventas: consumó el toreo, lo destiló con su prodigiosa mano izquierda en una faena sublime al gigantesco 'Hurón' de Fuente Ymbro y reventó la plaza de toros de Madrid con una afición puesta a sus pies que le obligó a dar dos vueltas al ruedo mientras le aclamaba ¡torero!, ¡torero!, ¡torero! Hacía muchos años que la Monumental no se rendía ante un matador como lo hizo ayer con el diestro de Arnedo. Yo vi aquella apoteosis de José Tomás hace diez años; la del riojano no le anduvo a la zaga ni un milímetro. Dos tardes para la memoria: la del de Galapagar y la de Arnedo unidas para siempre por el vínculo inapelable de la máxima verdad. Y es un orgullo para La Rioja taurina que el diestro más puro del escalafón haya nacido en el valle del Cidacos y aromatice con su verdad el bello arte del toreo.
Se dice que Diego Urdiales puso boca bajo la plaza de Madrid pero visto lo visto, también la temporada taurina por completo en un año de extrema dureza en el que su negativa a ser una veleta de las empresas lo condenó a las tinieblas exteriores y al ostracismo más absoluto en un verano que fue un sindiós, un territorio yermo de contratos para un diestro que vivía un peculiar momento de pura sazón.
Pero fue a Bilbao y acabó con el cuadro en una tarde inspiradísima e inspiradora; y llegó ayer a Madrid y se encaramó a la cúspide misma de la torería; no cabe duda de que de sus muñecas han brotado las dos mejores faenas de la temporada, las más profundas, auténticas y bellas, porque sus naturales al cuarto los dictó al puro ralentí en los terrenos del tendido cinco, quizás los únicos en los que el viento no batía las telas con la violencia de una tormenta a mar abierto. Faenón absoluto a un morlaco hondo y de un trapío inconmensurable en el que no asomó otra cosa que naturalidad y temple desde los doblones iniciales hasta que le dejó la muleta lacia y muerta en los belfos para que a 'Hurón' no le quedara otra sino que perseguir el engaño exactamente ahí dónde le mandaba Diego sin el más mínimo retorcimiento de su cuerpo, que ya enviaba señales absolutas de que la faena que estaba macerando era de cante grande.
La plaza se conmovió con los tres últimos naturales de la primera tanda. El toro comenzó a descolgar su gigante arboladura y Urdiales se lo pasó tan lentamente a la vera de sus espinillas que aquello comenzaba a tener aires y perfiles de ensoñación. Madrid suspiraba, el toreo brotaba para la eternidad arrasador y ardiente en una tarde de un invierno que parecía haberse echado ayer sobre la capital de España. Daba igual, allí se había plantado un arnedano de perfiles enjutos y ensimismados que se paseaba entre las brasas en las que se cimenta la gloria. No quedaba otra que atravesar el Rubicón y Diego Urdiales lo hizo con esa muleta que parece brotarle de las manos como si fuera una prolongación natural de su mismo brazo.
Y siguió la faena por ese lado; absolutamente asentado, con la yema de los dedos mientras Madrid rugía con esos oles roncos que nacen de la fibra más íntima de los aficionados. Faenón rotundo que fue creciendo más allá por ambas manos, en los terrenos del tercio y después al abrigo de las tablas para ofrecerse en dos tandas más con la mano izquierda de verdadero prodigio. Parecía que se hubieran citado allí la armonía de Pepe Luis, la maciza hondura del Viti, el señorío de don Antonio Bienvenida; todos los genios de la tauromaquia conjurados allí mismo con el crepitar de los lances del riojano, que parecía flotar por el albero como un dios semiótico de la tauromaquia actual en que concitaban todos los reflejos del ayer para hacer con su toreo una perfecta escultura de sí mismo. Se esculpe a sí mismo cuando torea, escribimos en Alfaro; ayer volvió a hacerlo y era en Madrid y como colofón al año más surrealista de su vida. Diez temporadas después de aquella oreja a 'Dormidito' en su debut en la feria de San Isidro, sale de Las Ventas disparado a la cima del toreo.
Consumó el toreo y lo destiló con su prodigiosa izquierda en una faena sublime Madrid suspiraba, el toreo brotaba para la eternidad, arrasador, ardiente y único
Cortó tres orejas y no conviene olvidar la que arrancó al primero de la corrida cuando el vendaval arreciaba de una manera que a todos nos parecía injusta. No le quedó más remedio que llevárselo a un terreno poco propicio, pero Madrid le supo esperar y el de Arnedo lo entendió a las mil maravillas en una faena cadenciosa que fue de menos a más. Le sonó el primer aviso antes de perfilarse, pero estaba tan seguro y convencido de sí mismo que ayer no había imponderable alguno capaz de coartar la magia de su toreo: ése por el que suspira Curro Romero y que ayer se hizo eterno en Madrid. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja