Dice Manuel Moreno Maya ‘El Pele’ (Córdoba, 1954) que antes había que navegar por las calles si querías aprender flamenco. «No quedaba otra que partirse la cabeza, coger un tren y buscarte la vida sin un duro en el bolsillo. Me fragüé en la vida, por eso soy así», cuenta.
–¿Qué es lo que más le conmociona cuando se sube a cantar?
–Lo más hermoso y lo más importante del flamenco –no me refiero a las tonterías que están haciendo algunos jóvenes con esto del flamenquito– es un buen silencio por soleá. Es pura magia. Los silencios de un cante por soleá no tienen comparación con nada. Es una de la cosas que más nos estremecen a los amantes del flamenco. Además, se transmite a través de una especie de hilo invisible entre el público y el cantaor y a veces da la sensación de que el tiempo mismo se detuviera. La única palabra que define ese momento es magia, es algo inigualable. Un silencio por soleá, que parece que dura una eternidad, la última estrofa de una letra y el silencio de la guitarra…
–¿Es difícil saber escuchar?
–La gente que ama al flamenco se nota a la legua y en mis conciertos en Logroño siempre he percibido un respeto absoluto del público. Saben escuchar y eso me motiva de una forma especial. Pero a la gente que vaya al concierto de esta noche, sobre todo a los más jóvenes, le aviso que no voy a hacer cosas como ‘Enamorao’… Voy a dar un recital puro de cante, con algún refresco de ‘Alfonsina’. Vengo a hacer las cosas con el corazón y como nuestros viejos nos las enseñaron.
–Siempre tiene en su memoria los viejos maestros. ¿De quién de todos ellos se acuerda ahora?
–Me viene a la memoria Rafael Romero ‘El Gallina’. Tuve la suerte en su momento de compartir el escenario con él, conversar sobre cante y participar en alguno de los homenajes que se le dieron. Es uno de esos nombres esenciales en el flamenco a los que no se les ha hecho justicia. Además de ser un intérprete único tuvo un gran afán investigador de cantes perdidos. Ahora los estudiosos del flamenco nos empezamos a dar cuenta de todo lo que aportó. Con Enrique Morente sucede un poco lo mismo. Se le ha hecho justicia ahora, pero hubo muchos sectores del flamenco que estaban siempre empeñados en negarlo precisamente en sus momentos de esplendor.
–¿Por qué se ningunea tanto lo bueno en el flamenco en el momento en el que está sucediendo?
–Es una puñetera costumbre nuestra, luego se muere el artista y le levantamos una estatua. Nunca aprendemos que lo que hay que hacer es darle en vida el sitio que se se merece.
–¿Cómo es la soleá del Pele?
–Es un trabajo de muchos años. Yo me levanto todos los días muy temprano y me pongo a estudiar cien o doscientos tipos de soleá. Las meto en un saco, agito el saco y alguna vez sale algo. Lo que nace no es ni soleá apolá, ni de Triana ni la de Charamusco, que ésa no existe. Este hombre era un bailaor de Jerez muy amigo de Antonio Mairena pero que no tiene que ver con el cante ni con nada. Las mías son cosas personales que cuando se escuchan la gente va a decir: ésa es la soleá del Pele, y pasará lo mismo que cuando se escuche una de Cádiz o de Triana, que quede ahí registrado como mi soleares o mis cantiñas.
–¿Cree que puede existir una escuela de cante devota de su figura?
–Es inevitable. Fíjese, por mis manos ha pasado casi todos: Arcángel, Mayte Martín, Miguel Poveda, Esperanza Fernández... He dejado una forma distinta, una manera diferente de interpretar y decir los cantes.
–¿Cuáles son sus maestros?
–Todos los que han cantado bien y yo he tenido la suerte de escucharlos. Hace muchos años en la Línea de la Concepción había un limpiabotas que de vez en cuando se venía a Córdoba. Juaqui ‘El Limpia’, le llamaban. Cantaba para quitar el sentido. El Rubio de Madrid lo tuvo tres meses en su casa y Camarón se volvía loco con él. Cantaba aquello de España tiene una bandera hecha de sangre y de sol... Y nadie le hizo justicia. En mi primer disco ‘La fuente de lo jondo’ yo le hice unos fandangos acordándome de él y los llamé Homenaje a Juaqui ‘El Limpia’ en su memoria. Este hombre era tan humilde y sencillo que cuando se encontraba ya en las últimas, antes de morirse, se fue a vivir a la puerta del cementerio a esperar; todo para no molestar a nadie. Pues bien, lo considero uno de mis maestros. Yo he bebido de todas las fuentes.
-¿Dónde aprendió a cantar?
-En la calle, donde se aprende. Yo me escapaba de mi madre, que en gloria esté, con doce añillos y me iba a Huelva a escuchar cómo cantaba ‘La Conejilla’. Todos me decían, «¡coño, cómo canta el de Córdoba por Huelva!». Yo les contestaba: «¡Porque lo he mamao!». Y lo mismo que con los cantes de Huelva me ido a los pueblos de Linares a localizar la Taranta del ‘Tonto’ o cualquier cosa perdida que alguien me había contado. Hoy le das a un botón en tu casa y lo tienes todo a mano. a mano. qĚ;ʟ
«No hay nada mejor que el cante y el buen vino»
Dice ‘El Pele’ ama el vino y que no existe en el mundo mejor mezcla que la del cante y el vino: «Un solera significa una sIguiriya. Un vino joven es como un cante por bulerías y un amontillado, un cante por soleá. La mezcla perfecta es un buen vino con un buen cante», contaba el maestro cordobés cuando le hicieron embajador del vino de Montilla. Y también ama el Rioja: «Cuando busco profundidad me asomo al Rioja, que es una de las zonas que alumbra uno de los mejors vinos del mundo». A Manuel no le pesa la historia y eso que su mote se lo puso ‘El Cordobés’ en su mítica finca de Villalobillos: «Manuel, ven, que te voy a hacer una tortillita». Le llamó la cocinera de la finca en una noche de juerga. Y ‘El Cordobés’ le dijo no, déjale, si este es un Pele. «Y con El Pele me quedé». Y avisa de una cosa: «Siempre he dicho que tocarme para cantar es muy difícil. Me han acompañado tocaores extraordinarios como Vicente Amigo, hoy me traigo a Logroño a ‘Niño Seve’, que tiene una musicalidad especial». o Esta entrevista la he publicado en Diario La Rioja