Sonia Tercero |
La segunda novillada del ciclo arnedano se iba desplomando merced al indisimulado mal juego de los utreros del conde de la Maza: altos casi todos, armados como para la guerra de Corea y orientados al segundo lance como sendas gotas de agua. Novillada seca, peligrosa y sorda. El riesgo no trepaba a los tendidos y la corrida poco a poco se fue convirtiendo en un gran bostezo. Los novillos sevillanos echaron el freno de mano casi de salida. Abrían el portón, comparecían de estampida y comenzaban a cavilar en capote. En el caballo las peleas tenían un aire extraño porque los animales ni empujaban ni parecían notar el castigo en sus lomos. Una cosa rara de suerte de varas anodina y ramplona como el discurso general de la corrida. El tercero pareció un poco mejor, pero fue un espejismo que se desvaneció en sexto, puesto que el burraco 'Cerradito' salió colocando la cara desde los chiqueros. ¡Éste parece otra cosa!, dijo una señora en el tendido. Y lo fue, y nos salvó la tarde y le ofreció la oportunidad al novillero toledano de expresar que en el interior de su vestido se mueve un corazón a impulsos de un torero. 'Cerradito' no fue ni mucho menos sobresaliente, pero tenía virtudes como la fijeza, la humillación y algo de entrega, lo que lo distanció sideralmente del resto de sus hermanos. González lo toreó con sumo gusto y verdad por ambas manos, especialmente por la derecha, pitón por donde el utrero tenía más recorrido y emoción. Lo mató de una buena estocada y el público pidió la oreja por aclamación. Rafael González salvó la tarde pero es imposible pasar por alto el lamentable juego de la novillada de Poli Maza, que además de ganadero, es tuitero y le gusta proclamar sus verdades por el ancho mundo del ciberespacio. Pues bien, el conjunto de astados que lidió ayer en Arnedo constituyó un absoluto fiasco y una decepción para los aficionados toristas que le esperaban como agua de mayo. Y además del público, los más damnificados fueron los otros dos novilleros de la terna: Guillermo Valencia y Leo Valadez. Ninguno de los dos tuvo la más mínima opción, ni una rendijilla para colocar la muleta y torear. A Valencia se le pararon sus toros antes de coger la muleta y a Leo Valadez, que venía con la vitola del gran triunfo del año pasado con los astados de Baltasar Ibán, se le atragantó la espada en el quinto. Escuchó dos avisos y se libró del tercero de puro milagro. Menos mal que al final un novillo de pelo burraco y memoria de la bravura se cruzó con Rafael González. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja