Este fin de semana dos animalistas saltaron al ruedo con un toro en la arena. Sucedió en Francia, en la localidad de Carcassone, un pintoresco pueblecito amurallado situado entre Perpiñán y Tolouse. Un novillo de Miura dio sus primeras carreras por el redondel y desde el tendido de la zona de chiqueros, una pareja (chica y chico) se plantó en la boca de riego en mitad de la querencia natural del astado, que es algo así como ponerse en la vía del tren en un paso a nivel sin barreras. El bicho los vio y se vino a por ellos como una locomotora. La muchacha le sacó la mano como diciéndole para, para, que he venido a salvarte y apretó a correr. Y el novillo, vaya usted a saber por qué, giró en el último instante, y se lanzó a por el incauto bípedo implume. La paliza fue colosal, voló por los aires, se lo pasó de un pitón a otro y ninguno de los de su grupo movió una pestaña por él. Un banderillero le hizo el quite; el toro atendió al capote, pero regresó a por su salvador y le asestó otro viaje tremebundo. Las cuadrillas, al fin, lograron rescatarle y se lo llevaron desmadejado y a rastras al callejón. Nunca se había visto nada igual. Hasta ahora solían saltar con el toro muerto y empezaban a dar botes por el ruedo hasta que llegaba la Policía y se los llevaba entre aspavientos y soflamas. Pero en Carcassone sucedió algo extraordinario porque hay que ser verdaderamente estúpido para lanzarse al ruedo con un novillo vivo. Y además, desconocer profundamente la naturaleza de un animal al que dicen defender. El toro no se apiadó del iluso activista que salvó su vida de milagro y por la intercesión de las cuadrillas, que se jugaron la suya propia por poner a salvo uno de los franceses más tontos de toda Francia. ¿Hubieran hecho lo mismo si fuera al revés? Lo dudo. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja