La impresentable y vacía corrida de Zalduendo revienta una tarde con tres de los triunfadores de Madrid
Los toreros humillan su cerviz
Está claro que los apoderados no ejercen su labor y que los toreros humillan su cerviz tragando con algo que resulta incomprensible a todas luces. Pero es que todavía hay más, ya que los toros pertenecen a la misma empresa. Es decir, todo el mundo conspirando contra el arte. La empresa, el ganadero, los apoderados (que son todos la misma cosa) y los propios toreros, que asisten en silencio -con mansedumbre impropia y paradójica con su valentía en el ruedo- a semejante bodrio imposibilitando cualquier atisbo de triunfo. Una conspiración contra el arte en toda regla y sin Peter Jansen ni Pilar Rahola como manida disculpa. La única buena noticia de la tarde de ayer es que un nutrido grupo de jóvenes aficionados situados en los graderíos altos mostró su discrepancia con los bóvidos bicornes que salieron al ruedo. ¡La afición exigente de Logroño revivida! Todas las protestas, además, con educación y reivindicando el elemento toro como eje central de un espectáculo maravilloso al que no se comprende desde fuera y que se maltrata demasiadas veces desde sus entretelas. La corrida fue una pantomima y eso no quiere decir que no hubiera peligro ni valor por parte de los toreros y banderilleros que se pusieron delante, pero nació muerta. Los silencios de la tarde iban cayendo a plomo entre las cuatro mil benditas almas que se dieron cita en La Ribera. Por rascar algo se puede contar que el primer toro fue noble y que Adame, que se llevó el lote menos malo, toreó con inercia maquinal. Ligando siempre los muletazos con la pierna retrasada y con la mano por las afueras del cuerpo. Con el mansito cuarto dejó dos series hilvanadas en redondo. El salmantino Juan del Álamo tuvo el peor lote. Su primero además con un peligro sordo y sórdido evidente. Alargó su faena y se las vio con un sobrero muy armado que careció del más mínimo celo. Ginés Marín fue la única luz en la oscuridad de la corrida. Hubo un momento en el tercero de la tarde en que la faena parecía que iba a tomar vuelo pero en la segunda serie por el pitón izquierdo el toro echó la persiana. En el sexto, un animal incómodo y geniudo, intentó lucirse pero era un imposible. Todo su entorno conspiró contra el arte y él estaba solo en el ruedo. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja