Diego Urdiales dio ayer en Estella una magnífica lección de torería en su regreso al toreo tras más de un mes sin vestirse de luces. El torero de Arnedo se reencontró con sus mejores sensaciones en una tarde ventosa y fría en la que dio un nivel magnífico con capote y muleta. Hizo de todo con dos astados mediocres de Antonio San Román que simplemente se dejaron y que cuando no se dejaron tuvieron que rendirse a la ciencia de un torero que ha vuelto con toda su alma dispuesta para las tardes que le esperan en este mes de agosto, con la mirada puesta en Bilbao, su plaza, el coso en el que ha dejado varias de las tardes más importantes de su vida.
Y la tarde de ayer supuso una inyección de moral importantísima porque el diestro de Arnedo se gustó e hizo disfrutar a los aficionados en dos faenas diferentes. La primera, la de las dos orejas, tuvo el sentido de la medida y de la colocación. El toro de Antonio San Román, medido en todo, embistió sin gracia ni clase. Parecía un imposible torearlo con tanta reunión, con tanto compás, con tanto temple. El viento soplaba de lo lindo y se metía debajo de los vuelos una y otra vez.
Con el capote dejó una verónica de especial luminosidad y empaque. Una. El toro no quiso más. Lo cuidó en el caballo y le brindó la faena a los dos niños de su Aula de Cultura Taurina que han destacado en sus estudios. El premio era estar un día de toros al lado de su maestro. Y los chavalitos gozaron de su torero en sazón en una faena de relieve por ambas manos pero sobre todo en redondo, donde tuvo la virtud de aguantar los viajes para ligar los muletazos con los vuelos. El toro carecía de ritmo pero tuvo el resuello suficiente para perseguir la muleta, aunque no es menos cierto que colocándose donde se colocó era casi imposible no embestir.
Refrendó la obra con una gran estocada y logró dos orejas muy importantes, mucho más que por su balance numérico -Urdiales nunca ha sido un toreo de estadísticas- por lo que representan en las formas que imprimió para conseguirlas. Las paseó con enorme felicidad entre los aficionados de Estella que lo aclamaron. El quinto fue un animal coloradote y sorprendentemente grande para un coso como el centenario de la calle Yerri. El toro fue bruto, sin demasiada casta, pero con un punto de exigencia que se multiplicaba por el proceloso viento que acompañó toda la tarde a los tres diestros. El de Arnedo dibujó una faena larga, muy técnica y con la necesidad interior de hacerle embestir, especialmente por el pitón izquierdo. Y lo logró. Faena de entrega, sin nada superficial desde el torerísimo inicio hasta el último muletazo con los vuelos cosidos a los pitones. Grande Urdiales que fue capaz de sacar litros y litros de agua de un pozo seco. Hubo detalles preciosos en los molinetes, en los pases de pecho, en los remates. Pero todo cuajado de esa verdad irrenunciable de un torero que guarda en sus yemas el tesoro de la tauromaquia más pura, el toreo esencial que tan poco se lleva. Salió Diego Urdiales a hombros con el coso de Estella hecho un clamor.
Curro Díaz estuvo muy bien con el primero de su lote en una faena que siempre fue a más, y el joven Javier Marín (de ascendencia riojana y nacido en Cintruénigo) volvió a demostrar su evolución a pesar de que era su segunda corrida como matador y las lógicas lagunas de su corta trayectoria.
o Toros de Antonio San Román, desiguales y manejables, aunque sin clase ni raza. Curro Díaz: oreja y silencio. Diego Urdiales: dos orejas y oreja tras aviso (salió por la puerta grande). Javier Marín: silencio tras aviso y oreja. Plaza de toros de Estella. Más de media en tarde fría y ventosa. Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja