Foto: Miguel Pérez-Aradros |
Diego Urdiales se llevó la tarde tras una gran actuación y las dos orejas del quinto con la plaza casi llena
Más allá de las orejas está el toreo; más allá de los premios está esa sensación inexplicable que recorre las yemas de los dedos y llega hasta el último fleco de la muleta para que brote el arte. Ésa es la filosofía de un torero distinto, de un diestro que rebusca en sí mismo esa plenitud que lo convierte en un tipo libre y en una en un planeta taurino que se dedica a relamerse de sus heridas y envía a la frustración a los toreros inconmensurables. De José Tomás nada se sabe y Morante acaba de dar su penúltima espantada... La última gran 'noticia' que nos ha deparado la fiesta es que la empresa de San Sebastián de los Reyes ha recurrido a Ortega Cano para sustituir al sevillano en el cartel estrella de su feria. Así está el toreo, con dos máximas figuras como Perera y Talavante accediendo y consintiendo tan rocambolesca decisión.
Y ayer Urdiales, en un verano casi en blanco a la sombra de la esperanza de Bilbao, hizo así, es decir, hizo el toreo, y volvió a poner un Muro de Adriano entre él y sus compañeros de terna, entre él y la filosofía de la mayoría de sus compañeros de escalafón, que han renunciado al toreo para hacer del recurso su principal argumento.
Se dice que hizo así Urdiales, pero quiero explicarles que labró varios momentos de compás hondo y magnífico como los cinco naturales antológicos del final de la faena al segundo de la tarde o la colosal apertura al toro de las dos orejas. Toreo de muñecas rotas: el eslabón entre el ayer del dibujo belmontino y lo contemporáneo de la máxima expresión de su alma. Ayudados por alto con el mentón hundido, el cuerpo levemente en escorzo y la muleta barriendo los lomos del toro para sacarlo con usía a los medios. Ni un tirón, oiga; ni un ademán forzado, todo mecido con esa compleja naturalidad que le dicta su singular torería. Diego Urdiales se llevó la tarde a su manera, ayudando a sonsacar la imposible bravura de su primero, un toro de escaso aliento pero picajoso con las telas, y gozando con la nobleza del quinto, que tuvo la dulzura justa para aguantar varias series en redondo y al natural en las que Diego se rebozó y trasladó su ciencia taurómaca para limar las asperezas de su querencia a las tablas. Toda la faena fue un fluir de delicadeza porque el animal no consentía la más mínima violencia. La faena duró lo que le aguantó el toro y un poquitín más que le sacó con naturales tan despaciosos que parecían casi un susurro. Es difícil torear más despacio sin apenas toques con la muleta, dejando el vuelo lacio bamboleando la franela con suavidad y tacto. Sonaba el pasodoble del ezcarayense maestro Monge y era un primor de toreo con el cielo alfareño jaspeado de una bandada de cigüeñas que regresaba de los sotos a la colegiata barroca.
Se le fue la primera oreja por un accidente con la espada pero las dos del quinto le supieron a gloria porque pudo gozarlas con un público que le adora desde hace muchos años y los muchachos de su escuela, que acudieron al coso invitados por la empresa de la plaza. Una tarde redonda de Diego Urdiales, que parece con todos los mecanismos de su alma en estado de perfección para las dos tardes que le aguardan en las Corridas Generales de Bilbao.
Oreja para Padilla y Garrido
Padilla estuvo en Padilla; entregado y efectista con todos sus recursos escénicos desplegados pero sin en ese fulgor de otros años. Puso banderillas al primero, se desplantó con el cuarto y se paseó con sus banderas piratas. Garrido cortó una oreja al buen tercero merced a una faena de suma inteligencia con series cortas y relajadas por ambos pitones. En el sexto se hizo un pequeño barullo con los terrenos y no pasó de voluntarioso. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja