Foto: Luis Domínguez |
Urdiales disfrutó de lo lindo con el primer toro de su lote, un astado de Orive justo de fuerzas pero manejable y sosito. El viento se aupó a la sierra madrileña y como la placita inaugurada ayer se sitúa en un pequeño montículo, la brisa asaltaba el ruedo como si fuera una colección de venablos racheados. Con ese inconveniente tuvo que lidiar el riojano, que desde el capote hizo disfrutar a la concurrencia con un toreo que se refugia en la yema de los dedos, en una suavidad acrisolada en esa sutil armonía con la que marca su identidad como artista. Diego brindó al cielo en memoria de Iván Fandiño y toda la faena desprendió ese aroma tan nítido de la claridad, del que se sabe en uno de los mejores momentos de su carrera. No pudo ir más allá de las rayas por el viento, pero entre el tercio y los adentros se explayó por ambos pitones, tanto en redondo, donde toreó al ralentí como al natural, con tandas sedosas y muy limpias con las que a pesar de que el de Orive no humillaba, pudo pulsear el viaje y sentir ese fulgor de la belleza del toreo. El inicio de faena fue de verdadero lujo, con una serie de ayudados por alto barriendo los lomos del toro con los vuelos de la muleta, cargando la suerte y rebozándose con la embestida. Verdadera solera del toreo de un diestro en sazón. El cuarto fue otro cantar, castaño, manso, muy suelto y distraído. El manejo del capote de Urdiales fue, de nuevo, extraordinario, con tres verónicas por el pitón izquierdo que fueron una ensoñación por su inopinada lentitud. Pero a partir de ahí, el toro se puso revoltoso en extremo y la faena fue una porfía a la búsqueda de terrenos sin viento. Pero el astado no quería pelea en ningún sitio, ni tan siquiera en los espacios de chiqueros, donde le llevó el instinto de su mansedumbre congénita. La oreja del primero estaba en el recuerdo y Urdiales porfió y logró dos series al natural mandonas y ligadas que calaron en el público, que tras una gran estocada, le pusieron la segunda oreja en sus manos. Tarde de triunfo en una tarde en la que sobresalió un toro bravísimo, que como suele ser costumbre se lo llevó Manuel Jesús El Cid, que le cortó dos orejas en una faena de series largas pero en las que faltó ajuste y sobró velocidad. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja