La última velada de los XXI Jueves Flamencos, la edición más femenina de la historia, trae a Logroño un trabajo conceptual de danza, cante y música
Existe en Rocío Molina (Torre del Mar-Málaga, 1984) una continua reflexión en torno a lo que supone el flamenco como una forma de expresión artística, no en vano en el Festival de Jerez de 2006 estrenó ‘El eterno retorno’, una obra inspirada en textos de Nietzsche, con dirección musical de Juan Carlos Romero: «Podrá sonar una guitarra eléctrica o lo que sea que tenga que sonar, pero suena por soleá, se canta por soleá y yo la bailo por soleá. Yo hago flamenco; lo que hago es flamenco, lo que sucede es que lo interpreto a mi forma, con el sentimiento y las sensaciones que me imponen los momentos de mi alma y de mi creatividad». Y es que esta noche (21 horas) cierra la XXI edición de los Jueves Flamencos una de las personalidades más fascinantes de la danza contemporánea, la bailaora malagueña que en 2011 estrenó en Logroño su obra ‘Danzaora’, un año después de lograr el Premio Nacional de Danza y en la que se consagró como una de las personalidades esenciales del mundo flamenco: «Sé que vengo a cerrar un ciclo de flamenco jondo con todo mujeres y tengo muy claro que lo que hago en esta obra parte del cante más desnudo; nace de la más pura esencia pero que a su vez tiene lecturas que no son solo flamencas, pero el sentido del flamenco no se pierde ni un solo instante. Llevo hechas más de siete soleás, once alegrías; en la obra me cantan por los fandangos que quiera el cantaor; no renuncio al cante; lo improviso en el baile; pero todo lo que hago es producto de mi propia evolución personal como artista, con mi carácter profesional; eso es lo que persigo...
-¿Qué es caída del cielo?
-Es una obra muy diferente a aquella de ‘Danzaora’. Es el producto de la concurrencia de un buen número de cosas y de historias. En primer lugar tengo que decir que es una producción que parte del trabajo en equipo con muchos de mis músicos y en la que dejo patente el significado de mi baile y su encuentro con las músicas.
-¿Y el contraste entre ellas?
-Es verdad, me gusta definirla como una especie de díptico donde se forjan dos historias que por separado no tienen mucho sentido. La primera parte es como muy blanca y angelical, pulcra con una insólita belleza; es como un paraíso. Luego aparece la segunda parte, que es como mucho más oscura, recóndita y políticamente muy incorrecta.
-Es un poco su personalidad.
-Quizás sí, soy muy de extremos y en este trabajo se ronda mucho por las periferias, por los acantilados. En cada trabajo muestro mi verdad como bailaora, no puedo reprimir lo que siento, lo que busco en cada momento. En mi trayectoria artística se ve claramente cómo todo es producto de un camino, de una apuesta. Llevo bailando desde que era una niña y no te puedes quedar arrinconada en una sola fórmula, en un espacio... Todo lo contrario, cada momento te va llevando de un lugar a otro descubriendo nuevas sensaciones en la danza y la música.
-Siempre habla de un trabajo coral con sus músicos.
-Eso es esencial porque no te puedes quedar encerrada tú sola. En este caso mi encuentro con Carlos Marqueríe, codirector artístico de espacio, dramaturgia e iluminación ha resultado vitalpara otorgar a toda la representación la estética que estaba buscando, que perseguía.
-¿Eso surge de un primer momento o se va depurando?
-Hemos quitado muchas cosas. En realidad nos gusta mucho trabajar sobre algo tan escurridizo como es la casualidad y aunque pueda parecer lo contrario, pensamos mucho menos las cosas de lo que parece. Y es que personalmente me gusta mucho que exista una sensación de transparencia en el trabajo escénico para mostrarme como soy.
-¿Eso supone habitar con todas las consecuencias el territorio donde habita el riesgo?
-Es verdad, porque ha habido momentos en los que hemos estado muy perdidos. No sabíamos dónde íbamos, pero siempre te refugias en el talento de los músicos.
-¿Qué hay en Caída del Cielo?
-Está claro que aparece una simbología muy cercana al paraíso y el posterior descenso a los infiernos. Nos hemos inspirado en muchas cosas; en el Bosco, pero también en los caprichos de Goya, existen mundos muy cercanos entre estos dos artistas y ahí es donde hemos depositado nuestra mirada. No es la figura invertida del ángel caído, como le ocurrió a Dante en su Comedia, sino que busco un espacio de profunda libertad. En el camino se quiebra el alma, sumergida en un mar denso y opaco, en un paisaje oscuro plagado de luciérnagas que nos elevan hacia paraísos oscuros.
-Pero son espacios complejos.
-Es cierto, pero a la vez muy sugerentes para introducirlos en la danza. He sido siempre y seré una mujer de percepciones muy extremas. Me siento muy bien en esos espacios; la verdad es que me gusta mucho caminar por terrenos inestables. Significa también ser coherente con mi propia trayectoria vital y artística. Voy al límite con mi cuerpo en la danza, pero es mi forma de expresar lo que siento en un escenario. No me puedo cambiar a mí misma ni un segundo.
-¿Y el flamenco dónde queda?
-Lo inunda todo, cada instante de la obra, porque es el cuerpo por el que gravita toda las escenas, todo es flamenco. Cuando caigo de rodillas me derrumbo como un cantaor, sin ataduras algunas, con la sensación de que hay también ese aspecto de improvisación tan visceral que tiene el flamenco, con ese punto tan atávico. Esta obra es un viaje, un tránsito, un descenso. Desde un cuerpo en equilibrio a un cuerpo que celebra ser mujer, inmerso en el sentido trágico de la fiesta. o Esta entrevista la he publicado en Diario La Rioja