Ver en el vino mucho más que vino; éste es uno de los grandes legados de Pedro Vivanco, un personaje absolutamente incontestable tanto en la revolución del Rioja como por su extrema capacidad para recrearse, reinventarse y florecer con un sueño de aventura que parecía quimérico e imposible para un muchacho que iba en un carrito por las calles de Logroño repartiendo el vino de Los Tinos de aquel primitivo despacho de la calle de los Yerros. El tiempo fue su gran aliado para darse cuenta de que en cada botella y en cada grano había una historia, una verdad a la que asirse para dar sentido a su vida. No quiso estudiar al principio, pero cuando asumió la cultura aquella de las calles y de los tratos, se dio cuenta de que era necesario sumar la Academia a su formidable instinto, a esa sensibilidad que ahormaba su talento innato de catador. Volvió de Requena transformado, como un hombre nuevo al que se disputaban las bodegas más grandes de la época pero que tenía muy claro que su destino lo iba a forjar él mismo, con su conocimiento y con su afán emprendedor. Pedro Vivanco se multiplicó, compraba vino y lo vendía a bordo de un camión con el que recorrió La Rioja de los terruños de cabo a rabo; comenzó a coleccionar objetos, a guardar libros, a darle la vuelta al mundo con la pasión de su abuelo Pedro, de Alberite, y el esfuerzo aprehendido de sus padres, Santiago que era albañil y Felisa, de la que heredó un sentido cartesiano para los negocios que siempre le acompañó. Tuve la suerte de poderlo tratar y conversar con él muchas tardes en su casa para relatarme aquella historia de superación, aquella lucha de un hombre eminentemente complejo pero que se desenvolvía con una apabullante sencillez. Era impresionante su despacho, pero no por su mínima envergadura o sus nulas pretensiones decorativas; lo era por aquel mapa de papelitos sobre la mesa en el que iba anotando sus asuntos pendientes. Pero era la memoria su gran aliada, la misma memoria que se mezclaba con su corazón para ayudar sin la más mínima mota de usura a un sinfín de personas que se lo pidieron en el sector del vino y también fuera de él. Su sueño fue el Museo de Briones: "Devolverle al vino lo que me había dado", tal y como solía decir. La obra es sencillamente descomunal. Hugh Johnson, autor de Altlas Mundial del Vino, lo calificó como el Museo del Prado de la cultura del vino. Cualquier museo palidece a su lado, cualquier iniciativa cultural en torno al sagrado líquido de nuestra región es y será devota de una Fundación que él alentó sin reparar en otra cosa que su dignidad, la dignidad del vino, de sus gentes y de su tierra. Pedro Vivanco es sinónimo de esfuerzo; ejemplo de soñador, creador de un estilo que tiene en sus dos hijos: Santiago y Rafael, los depositarios de un legado extraordinario que comprendieron desde el primer momento y con el que se identificaron como una forma de darle la continuidad natural a los sueños de su padre. Recuerdo la primera vez que entré a su casa, su mujer Angélica había cocinado pella y Pedro me dijo que disculpara aquel aroma tan característico, pero que era su verdura preferida. Me quedé alucinado con aquel personaje forjado a sí mismo pero que carecía de afectación y del más mínimo atisbo de afán de protagonizar nada. Él está y estará presente en cualquiera de sus viñas de Alberite, en las furgonetas de reparto de Los Tinos, en los maravillosos monovarietales de Rafael o en los pasillos del Museo que llevan a la sala Octogonal de una bodega en la que me lo sigo imaginando de paseo con Santiago atisbando nuevas ideas nacidas siempre de su enorme humanidad y de su descomunal instinto. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja