El diestro valenciano firma una gran tarde y cuaja dos faenas de entidad ante dos nobilísimos toros de El Pilar
Bronca agria en La Ribera como hacía tiempo que no se recordaba. Bronca concreta, sonora, efervescente y unísoma de toda la plaza contra el presidente del coso, Manuel González, que aguantó impávido el segundo pañuelo y no le permitió a Enrique Ponce descerrajar la puerta grande de Logroño, un afán que lleva casi treinta años persiguiendo y que se le resiste como casi nada en esta vida. El diestro valenciano tuvo que cambiar el paseo a hombros por dos vueltas al ruedo clamorosas, la primera de ellas con la única oreja concedida en su mano y con un más que evidente ademán dirigido directamente al habitante del palco, que no se inmutó.
¿Pero fue la faena de dos orejas? La petición de la plaza fue unánime, los pañuelos parpadearon en los tendidos sin apenas discrepancias y el índice sonoro no dejaba lugar a la más mínima duda. Otra cosa es el toreo y ahí entramos en un terreno matizable, el fango de la discrepancia. Enrique conoce las ganaderías como pocos toreros y como el pupilo de El Pilar carecía de energía para una de esas faenas poderosas que tanto conmueven a los aficionados, tiró por el camino de la inteligencia y de la suavidad. El maestro de Chiva sacó a relucir todas sus capacidades y esa técnica lidiadora que lo ha colocado en el pódium de los privilegiados del toreo: jugó magistralmente con las alturas, paladeó a su manera el natural y estiró la obra con esos inicios suyos de lenta maceración para lograr una obra que fue a más y que logró los momentos de mayor intensidad al final. Tanto es así que antes de cuadrar para la estocada ya le había sonado el aviso presidencial. La obra poncista tuvo temple y por momentos el torero se llegó a abandonar de lo feliz que estaba en la cara del toro. Se tiró con una enorme rectitud y logró una estocada en todo lo alto que por sí sola valía una oreja. Eso sí, faltó emoción porque el astado no la tenía, pero Ponce sacó petróleo. Para este cronista, la faena era de dos orejas, mucho más redonda y maciza que la de El Cid que este mismo presidente sí premió en la corrida que inauguró feria.
El primero de la tarde fue el típico toro perfectamente ideal para Enrique Ponce, noble, nobilísimo, dulzón como un pastelito conventual, soso como una redacción de octavo de EGB y tan de mazapán que se diría de él que el filo de una lámina de hojaldre podría arañarle su bien medida anatomía. Y con este material sacó Enrique su proverbial arsenal terapéutico para labrar una faena larga y templada, a media altura y con esa manera suya de ir haciendo embestir al toro sin que el propio toro fuera consciente de lo que le estaban haciendo. Todo el trajín lo desarrolló en territorio de chiqueros, con el argumento de la media distancia y esa la cinturita quebrada al paso del bombón. Sonó el pasodoble valenciano y la faena ya fue de recreo del maestro para solaz suyo y de sus seguidores. La estocada traserilla le valió una oreja, y aunque hubo petición del segundo apéndice no llegó a la intensidad de la que generó la bronca en el cuarto.
Se devolvió el segundo por lastimarse una mano. Una pena puesto que tenía buen aire aunque mejor resultó el sobrero, un excelente toro de El Pilar (el mejor de toda la corrida. Era bajo, coqueto de pitones y con un temple natural como para soñar el toreo. Cumplió en varas, brindó El Cid a Ponce con un largo y locuaz parlamento y le dio dos tandas al natural en el platillo. El toro fue entre superior y de escándalo y el toreo del diestro de Salteras tan superficial como ligado y falto de profundidad, sólo se salvó de la quema algún pase de pecho... El toro pisó mal, se lastimó la mano y la faena terminó por difuminarse ya del todo. Un gran astado que quedó en ese baúl donde habita la desmemoria. La segunda faena de El Cid no tuvo apenas historia como lánguido fue el paso de Perera por Logroño. Con el tercero de la corrida logró algún muletazo largo y mandón pero la exigencia del extremeño fue demasiado para un toro que acabó desfondado. En el último la corrida ya parecía interminable y el escaso vigor del animal hizo imposible cualquier lucimiento.
o Tercera corrida de la Feria de San Mateo. Toros de El Pilar. El segundo jugado como sobrero tras devolverse el titular por lastimarse la mano. Desiguales de presencia, muy nobles, pero escasos de fuerza y raza. Enrique Ponce: oreja con petición de la segunda y oreja con fuerte petición de la segunda tras aviso y dos vueltas al ruedo. El Cid, que sustituía a Alejandro Talavante: ovación con saludos y silencio. Miguel Ángel Perera: silencio en ambos. Dos tercios de entrada. Se desmonteró Curro Javier, de la cuadrilla de Perera, tras parear al tercero. Este artículo lo he publicado en larioja.com