Foto: Justo Rodríguez |
Es difícil explicar cómo una ganadería puede derrumbarse con el estrépito con el que lo hicieron los seis ejemplares del Hoyo de la Gitana en la novillada inicial de la Feria del Zapato de Oro de Arnedo, evento en el que se supone que se dan cita los novilleros punteros con las ganaderías más escogidas del campo bravo. Pero todo fue un espejismo desde la salida de 'Distinto', el primer utrero, que desde los primeros capotazos marcó dramáticamente el signo pesaroso de la tarde. Le cuesta a este cronista rescatar una embestida potable entre los seis cornúpetas, algo sabroso que poder llevarse a la boca, algún detalle que reconciliara el primer festejo del abono arnedano con algo parecido a una corrida de toros. Prácticamente los seis astados, desiguales de tipo y cornamentas, tuvieron similar comportamiento, desinterés manifiesto por cualquier aspecto de la lidia, arreones de manso en el caballo y hasta tres (los primeros) que acabaron echándose rendidos en el ruedo por su absoluta falta de casta. Metían la carita en los engaños y en el segundo tiempo de cada lance, levantaban la 'gaita' poniendo los pitones por las nubes, yéndose sueltos y sin posibilidad alguna de reconducir tan desastrada embestida. Novillada imposible, de las que acaban con la afición y que colocaron a los tres jóvenes coletudos en el espacio ruinoso que genera el absoluto desinterés ante lo que sucede en el ruedo. Y es que era imposible cualquier atisbo, cualquier intento de lucimiento, tal y como le sucedió a Miguel Ángel Silva en el último esbozo de su despedida de novillero, cuando en el sexto intentó un quite último como coda a su carrera en el escalafón de los sueños. Allí se quedó Miguel Ángel, con el capote entre las manos para desistir en el tono de absoluto descenso a los infiernos de una vacada que nunca debió venir a Arnedo. Silva lo intentó con el primero y con el cuarto. El de la apertura, noble y soso, acabó echándose; y el de su adiós al escalafón, terminó sacando geniecillo. Dos regalos inmerecidos para la despedida de un diestro que el año pasado toreó soberanamente al natural. Manolo Vanegas no tuvo mejor suerte en el segundo de la tarde, otro toro descorazonador con el que se estrelló sin otras opciones que salir del trance sin mayores cuitas; el quinto sacó genio y falsa movilidad y a la segunda serie ya se había desentendido de la lidia. La música y la estocada le dieron el premio de la vuelta al ruedo como falsa consolación. Juanito no tuvo tampoco la más mínima posibilidad: se las vio con dos descastadísimos ejemplares y se la jugó con ellos a sabiendas de que era imposible el más mínimo atisbo de lidia. Los amantes del toro de Santa Coloma, entre los que me encuentro, vivieron una tarde amarga, una tarde para recapacitar, tanto por la inasumible presentación de varias de las reses como por lo inasumible de su comportamiento.