Foto: Arjona |
Maravillosa faena, casi impensable por su dificultad. Medida, mecida, perfecta y honda. Urdiales repitió la hazaña de Bilbao, en otro año, en otras circunstancias y en otros mundos de torería. Una corrida de Alcurrucén difícilmente salvable sino se hubiera vivido la conjunción astral entre un torero que venía de una temporada muy dura y un toro vistoso y con mucho fondo -de los que nadie o casi nadie quiere en los corrales por la mañana-, que le planteó al riojano tan buen número de enigmas como de posibilidades para desenmarañar el entuerto. No fue fácil, el toro había soltado la cara al finalizar cada lance con el capote y en el caballo la batalla había sido casi inexistente. Pero allí estaba Urdiales, con el sabor en la boca de ese Bilbao con el que parece haber establecido una especie de idilio inconmensurable, como el lehendakari del toreo en el Botxo que ya ha enamorado para siempre a su afición con el riojano. El toro era una belleza: berrendo en colorao, largo de viga, hondo, recogido de cuerna y pesadote en su forma de caminar. Urdiales lo brindó al público, lo maceró por alto sacándoselo del abrigo de las tablas a la boca de riego con inusitada suavidad. Había visto algo el riojano y comenzó el toreo. Impacto súbito, decisión, armonía en cada paso y la muleta presentada con una franqueza deslumbrante. Tres series en redondo, de menos a más, aguantando en el segundo muletazo de cada una de ellas en el sitio para ligar y hacerlo por abajo, allá donde duele, en el mismo foso de la bravura, donde cantan los mansos.
Y esa técnica verdadera e inapelable, la de entregarse todo, la de poner la cintura al servicio del arte, acogotó a una afición que comenzó a berrear con esa manera de quedarse en el sitio, de arriesgar por derecho para ligar tras soltar, con la muleta mecida, sin estridencias. Todo muy a compás, como el vino hondo envejecido en fudres apasionantes. El toro no era fácil, pero pareció mejor al natural. Hubo una serie sencillamente antológica y majestuosa, una serie que vale una tarde, una temporada, una vida. Se llevó Urdiales al toro a las rayas con muletazos de orfebrería por abajo y antes del estoconazo inapelable, logró varios naturales al ralentí a pies juntos, con el sabor de los maestros inmortales de Sevilla, una de sus fuentes. Matías no lo dudó. Y como el año pasado lanzó sus dos pañuelos del tirón. Se había consumado el toreo en Bilbao con Urdiales como lehendakari con la makila del mando en forma de muleta. La locura. La vuelta al ruedo con las dos orejas fue apoteósica. Urdiales en sazón y los muchos seguidores del diestro de Arnedo, alucinando. ¡Es tan difícil cortar dos orejas en Bilbao! Conviene recordar que Diego Urdiales es el único torero del escalafón que ha desorejado de manera consecutiva dos astados en esta plaza. Una barbaridad para un diestro al que nunca le han acompañado las estadísticas. Lástima el segundo de su lote, un sobrero del mismo hierro, que estuvo en la línea del resto de la corrida: manso, descastado y con muy poco recorrido.
Y si Urdiales vivió la gloria, Morante de la Puebla paladeó la hiel de la sima más profunda, especialmente con el cuarto de la tarde, con el que escuchó una bronca tremebunda por parte del público. Morante no estuvo, ésa es la realidad, pero ninguno de sus toros le dio la más mínima opción: ni el bellísimo primero ni el segundo de su lote, un animal que lo desarmó con el capote y la muleta y que tuvo cero opciones de lucimiento. Ginés Marín, que sustituía a Roca Rey, dio una gran tarde con otro lote horrible. Es más, pudo cortar una oreja de ley al sexto, con el que se jugó la vida sin matices. Pero ayer, como el año pasado, Bilbao fue para Urdiales.
Corridas Generales (Bilbao)
Toros de Alcurrucén (el quinto jugado como sobrero), bien aunque desigualmente presentados. Serios, hondos y en general de un juego bastante pobre. La corrida no peleó en varas y desarrolló sentido y peligro. El mejor, con diferencia, fue el toro ‘Atrevido’ (como el mítico toro blanco de Antoñete de la histórica tarde en Madrid), muy bello y espectacular de pelaje. Berrendo en colorao, aparejado, coletero. Una pintura que tuvo un comportamiento regular en el caballo, y que fue en la muleta donde sacó lo mejor de sí mismo gracias al toreo de Urdiales, ya que soltaba la cara al final del muletazo. Pero tuvo un fondo muy bueno que hizo que el presidente Matías González decidiera premiarle con la vuelta al ruedo póstuma. Morante de la Puebla: silencio y bronca. Diego Urdiales: dos orejas y silencio (salió por la Puerta Grande). Ginés Marín: ovación y vuelta al ruedo.
Plaza de toros de Vista Alegre. Quinta de feria. Tres cuartos de entrada. Miércoles, 24 de agosto de 2016. Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja