domingo, 7 de agosto de 2016

Urdiales convierte en balsámico su toreo

Foto: Miguel Pérez Aradros
El diestro de Arnedo ofrece una gran tarde en Vitoria y corta una oreja de entidad a un toro medio de Vegahermosa

vitoria.  Le hacía falta a Diego Urdiales disfrutar en un ruedo y aunque la dicha no pudo ser completa, el torero de Arnedo dejó sobre el Iradier Arena vitoriano ese sello personal y único que lo hacen distinguirse de casi toda la torería andante. Hubo momentos extraordinarios tanto con el primero de su lote -un toro medio de Vegahermosa, pero el que más le ha embestido esta temporada- como con el cuarto, un mansísimo ejemplar que aprovechó en la primera parte de cada embestida para torearlo a media altura y a la velocidad de los caracoles, quizá una de las cuestiones técnicas más inaccesibles del complejo galimatías que ordenan la gramática oscura de la embestida de un toro. Diego Urdiales cortó el primer trofeo de la amenazada feria vitoriana merced a una faena llena de sutilezas, de temple y de manejo exquisito de los vuelos. El toro se movió con nobleza pero con muy poca clase, sin rebosarse nunca en la muleta y pasando por la jurisdicción del riojano con escaso interés por tomarla por abajo. Y precisamente ahí salieron las virtudes técnicas que adornaron la labor del diestro, ya que fue capaz de macerarlo en tres series con la mano derecha en las que logró momentos de gran belleza quedándose en el sitio y acompañando con la cintura el anodino viaje del burel de la laguna de la Janda. Quizás el secreto de esta parte de la faena pudo residir en la forma en la que esperó entre cada lance para dar tiempo al toro a que tomara el engaño sin obligarle a repetir y que acabara saliendo suelto al final de cada viaje. Fue la piedra angular de la faena. Después llegarían varios instantes buenísimos y gozosos al natural.  Diego sabía a la perfección que iba a resultar imposible lograrlos ligados y optó por dárselos de uno en uno, ofreciendo la muleta desde la media distancia y aprovechando la inercia del toro. Hubo alguno fantástico, de esos suyos que tienen tempo y temple, dulzura y ritmo, y sobre todo, esa personalidad tan especial que imprime a su tauromaquia. El estoconazo fue de libro y la oreja viajó a su esportón con suma facilidad. Y si el toro ni hubiera tardado en rodar quién sabe lo que hubiera pasado, ya que parte de la afición pidió el segundo trofeo.

A Luis Domínguez
El segundo toro, esta vez del hierro titular, fue un manso huidizo y desentendido al que logró dibujar una buena serie de verónicas, especialmente una por el pitón derecho que tuvo un singular compás y que hizo crujir los cimientos donde se sustentaba la escasa bravura del astado. Diego brindó a Luis Domínguez, uno de esos amigos del alma que siempre le acompañan y aun cuando no se le ve está. El toro se desentendía de la muleta y Diego limó su querencia a tablas para dar con un terreno, alejado de chiqueros, donde logró el pequeño milagro de torear a la altura que pedía el toro con singular sentido del temple. A pesar de la mansedumbre, Urdiales disfrutó al toro y lo pasaportó con una media en todo lo alto. El público le hizo saludar una gran ovación. Talavante cortó una oreja sin demasiada historia en el primero y se las vio con un quinto, el sobrero, complejo y dificultoso en extremo. El peruano Roca Rey demostró una vez más su valor extraordinario y un sentido de la quietud casi increíble. Sin embargo, sus faenas fueron similares: mínima distancia y poco toreo en la parte central de las mismas. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

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