Víctor Barrio, tentando en Alfaro. Por Luis Fernández |
La relación del torero con la
muerte es rutinaria y lejana. Siempre está ahí, acechando, a la vuelta de una
esquina que ninguno quiere doblar pero que espera en cada tarde de corrida, en
cada tentadero, incluso en el lance menos comprometido. El torero asume la
cornada antes, incluso, de haber recibido la primera. Se sabe de ella y a veces
se anhela para conocer íntimamente si se es capaz de superarla. Sin embargo, la
muerte de un torero es un tabú para los toreros, que la apartan a las alcobas
más lejanas del alma porque no pensar en ella produce una analgésica
inconsciencia que permite ceñirse el vestido y pasarse los cuernos de un animal
de quinientos kilos lo más lentamente posible a milímetros de las espinillas.
Con la muerte en Teruel de Víctor Barrio (Gragera, 1987-Teruel, 2016) el toreo
vuelve a pasar su inapelable factura, la que nadie quiere que le cobren y en la
que ni un solo matador quiere tener tiempo para depositar ni un segundo de su
más fugaz pensamiento.
Pero cualquier torero se sabe
hombre muerto y hombre vivo a la vez. Los pitones cuando taladran la piel no
atienden a ninguna lógica predecible. Y los cuernos del toro 'Lorenzo' (de la
ganadería aragonesa de Los Maños) rompieron la frágil aorta de Víctor Barrio
guiados por ese mismo instinto con el que el propio Barrio lo lanceaba unos
segundos antes al natural siendo el tipo más feliz del mundo, porque torear
produce para los que son capaces de hacerlo verdaderos cataclismos en el alma.
Y Víctor era uno de esos elegidos.
La muerte le sobrevino a Víctor
Barrio toda ella a la vez, en un instante de irremediable espanto, y sin darse
cuenta lo que le estaba pasando ya había cerrado los ojos, como si continuara
sin pensar en ella ni un segundo más que como había hecho ese mismo día para
ponerse la piel de torero sobre su propia piel humana.
Un día me contó mi amigo Diego
Urdiales que el vestido te transmuta, no por el brillo de alamar chillón, sino
por esa manera que tiene de soldarse como una ventosa al cuerpo: epidermis de
seda que se entrevera a tu propio forro natural para ser uno mismo, la misma
cosa que te define y te protege con la exacta fragilidad de no llevar nada
encima, sólo el peso místico y ético del rito salvaje y sublime del toreo. No
existe más explicación que la del arte por el arte, no hay retruécano posible a
este intercambio de identidades. Dar la vida por aquello que se cree y se ama
puede parecer una temeridad, pero es imposible no hacerlo cuando se ha vivido el
misterio inexplicable del toreo en tus carnes, en el espacio más recóndito e
indescifrable de tu alma. Te atrapa, sencillamente y paradójicamente ya eres
incapaz de vivir sin él aunque sepas que tú puedas ser el siguiente en pagar la
puta factura que en ocasiones se cobra el destino.
Víctor Barrio fue el triunfador
de la pasada feria de Calahorra en una corrida en la que sustituyó a Saúl
Jiménez Fortes, que acababa de sufrir la segunda cornada en el cuello en la
misma temporada y de la que increíblemente volvió a salir vivo. Llegó Víctor a
Calahorra y cortó tres orejas, las que le habían dado la oportunidad de volver
esta misma temporada a la capital de La Rioja Baja en su feria de agosto, donde
ya no podrá hacer el paseíllo a pesar de que muchos de sus amigos de Alfaro lo
hagan por él, porque Víctor Barrio era uno de los toreros habituales de los
tentaderos de 'El Piteo' en el coso de las Cigüeñas, donde muchas mañanas de
invierno se enfrentaba a las singulares ‘vacotas’ de este hierro riojano para
preparar su alma y su cuerpo para las durísimas tardes de corrida.
Existe un vacío sin aliento en el
cartel de la próxima feria de Calahorra, un vacío infinito de mirada de torero,
de alma y corazón de un diestro que siempre estará en nuestra memoria.
El torero segoviano fue
el último triunfador de la feria de Calahorra, donde estaba anunciado el
próximo 28 de agosto
Era un diestro habitual
de los tentaderos de la ganadería de Alfaro ‘El Piteo’, ciudad en la que contaba
con un buen número de amigos y partidarios
Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja / La foto es de Luis Fernández