viernes, 6 de mayo de 2016
EN LA CÁMARA ME QUEDÉ HELADO
Aunque justo se cumple una semana del debate sobre la toma en consideración de la ILP ‘animalista’ por el Pleno del Parlamento de La Rioja, les confieso que el estado de consternación y sonrojo en el que entré en la tribuna de invitados de la regional cámara no me ha abandonado. Mucho más allá de la aritmética parlamentaria y de la pesadez argumental y formal de la vida del hemiciclo, me quedé alucinado por las tribulaciones, muecas y pesares de muchas de sus señorías, las parlantes y también las ‘culiparlantes’. El lenguaje en el que se interpelan entre ellas, el llamado ‘politiqués’, se define más allá de su carácter de germanía o jerigonza, por una sucesión de frases concatenadas, generando oraciones incomprensibles que giran y giran como una peonza enmarcada en una sucesión interminable de gerundios ‘a la americana’ y de galicismos en forma de infinitivos para terminar hablando como toro sentado: «decir», «exponer», «ofrecer»... Hubo algún que otro faraón –que me dijo al oído que me seguía en tuiter– que se sintió ofendido porque este periodista no se mostró alborozado en las redes sociales por la intervención de una de las portavoces. Si no piensas como ellos no eres para ellos otra cosa que su enemigo. A veces los políticos creen que sólo se puede respirar al ritmo de su latido, o su berrido o su bufido; cosa que hizo otro portavoz cuando se rebajó al barro de la pornografía para argumentar (es un decir, claro) su impostura. El político vive de contrastes y los suele utilizar como puños: con un abuelo veía los toros; con el otro ‘La bola de cristal’. Qué hazaña, me dije. Eran las dos Españas machadianas de las que no somos capaces de salir por mucho que Rebeca Grajea (de Ciudadanos) hablara sin parar como si estuviera redactando un trabajo de sociales del que confieso que no pude entender absolutamente nada. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja