Fotos: Anya Bartels |
Sólo pudo cortar una oreja en una tarde en la que sufrió dos espeluznantes cogidas y en la que logró los mejores muletazos de la corrida a pesar de las protestas en el quinto
Joselito Adame salió a hombros tras lograr dos orejas protestadas en el sexto, un toro de Los Encinos que fue el más bravo de la corrida
La segunda voltereta que le propinó el toro 'Bellotero' de Los Encinos fue brutal. Levantó al torero por los aires como un pelele y una vez en el suelo, un crepitar de puñales merodeó por el cuello de José Tomás en unos segundos incalculables en los que se dieron cita todos los malos presagios. José Tomás aúna todas las paradojas. Como si fuera un ser al que el miedo pareciera no importarle, el peso de su responsabilidad es tan gigantesco, que una vez librada la vida, se levantó del ruedo sin detenerse un segundo en sí mismo. Como si no le importara su propia supervivencia, como si su sacerdocio de torero inmemorial no tuviera otro fin, otra consecuencia, que volver a la cara del toro a terminar esa obra imposible que sólo él cree que estaba a su alcance. El peso y la responsabilidad que se autoimpone es como una estatua de granito, de cobalto ardiente a la que no le afecta la más mínima intemperie. Pero José Tomás es tan solo un hombre, un personaje que horas antes de la corrida salió a dar su paseo habitual alrededor del hotel enfundado en unos vaqueros y con gorra de beisbol y gafas de sol para pasar inadvertido en una urbe tan absolutamente descabellada como es Ciudad de México, con sus aromas de tacos por todos los lados y resuelta, como estaba el domingo, a juzgar en su coso al torero considerado como uno de los más extraordinarios de todos los tiempos. Ver a José Tomás pasear, extremadamente delgado, por la marabunta de calles que rodean al embudo de Insurgentes en las cercanías del hotel es un ejercicio de extraña radicalidad.
Un hombre entre miles, un personaje único entre millones. José Tomás, su gorrita, un amigo y los 1,3 millones de dólares que aseguraban en el rotativo 'El Universal' que había desembolsado la plaza México para que llenara hasta las trancas el coliseo más impresionante del mundo: más de 45.000 espectadores, la reventa a precios inaceptables y hasta dos enviados especiales de ‘The New York Times’ para explicar al mundo qué pasa en México con un torero que conmueve como nadie en estos tiempos de radicalismos antitaurinos. La plaza abrió sus puertas dos horas antes de la corrida y en apenas una hora se llenó el anillo superior, las localidades sin numerar que pululaban en manos de la reventa o en los portales de ventas de entradas. El despliegue de policías era asombroso: furgonetas, antidisturbios equipados con cascos y escudos y en fila de a tres al fondo en una hilera interminable, y una sucesión de puestos que ofrecían desde capotes de torear hasta toda suerte de tacos mexicanos, cervezas y libros sobre José Tomás, recuerdos, carteles y ese catálogo indescifrable de fetiches que adornan a la tauromaquia en México. El diestro de Galapagar apareció a los sones de 'Cielo andaluz', el pasodoble que abre todas las corridas de Insurgentes, ataviado con un precioso terno rosa y oro, quizás en homenaje a su idolatrado 'Manolete', aquel gigante cordobés por el que construyó este fabuloso circo hace ahora setenta años. Como exige por contrato desde la cornada de Aguasclientes, en la enfermería había, además del equipo habitual de la corridas de toros, un cirujano torácico, otro vascular y cuatro unidades de su tipo de sangre, una sangre también hidrocálida y mexicana como el propio toreo reveló al salir de las angustias terribles del hospital en el que salvó su vida hace ahora cuatro años. Pero el domingo en La México todo daba igual. En José Tomás habitaba el hambre de gloria de siempre, con la nieve de su cabello cada vez más abundante y con esa manera de dejarse arañar la taleguilla por los pitones. La primera faena fue puro ‘tomasismo’, pura acería de altos hornos para remontar un toro feble al que de manera inaudita fue convenciendo de que había nacido para embestir a él, que tiró de esos argumentos suyos insoslayables. Cercanía inaudita no para lancear por alto en muletazos de alivio. No, cercanía para sacarse la embestida por debajo de la pala del pitón, tras la cadera, llevando prendido al morlaco al aroma de su frágil muletita, casi lacia, sin apenas forro, como un paso más allá de dar todas las ventajas su oponente: José Tomás es la sinceridad taurina en su máxima expresión, aunque en ocasiones pueda jugar incluso en su contra. La faena de premio gordo pero logró un exiguo bagaje de una oreja pedida con suma fuerza pero protestada después tras desvanecerse la petición cuando el juez desempolvó el pañuelo. Cosas de una plaza que es una fascinante Torre de Babel taurina, un espacio increíble con legiones de vendedores que se movían como gatos en los atestados tendidos, con grupos de aficionados embrocados entre sí y con una soberana banda de música que como en Las Ventas sólo toca al comenzar el paseíllo y entre toro y toro, nunca durante la faena porque ese asunto es propiedad de unos olés únicos que el domingo brotaban de 45.000 gargantas apasionadas.
El toreo más bello Los momentos del toreo más bello llegaron en el tercero. Un bellísimo ejemplar de Fernando de la Mora, entipado muy en Saltillo y con dos pitones finos desde la cepa hasta las agujas del final de sus sendos mástiles. Ahí apareció el toreo más primoroso, rítmico y desusado de José Tomás; a la verónica, con los pies juntos con esa forma de capotear tan suya, y con la muleta, en tres tandas inacabables en redondo, con varios muletazos de torería inalcanzable. Una serie al natural también resultó magnífica pero cuando quiso seguir por este palo con un cambio de mano para enlazar con la izquierda, el toro se rajó tres veces buscando tablas y tirando por el suelo buena parte de las esperanzas depositadas en la corrida. Además, el diestro se atascó con la espada y comenzaron las protestas y la incomodidad de la 'Porra de Sol' con el torero español. Hay quien habla de que un sector de la empresa está en contra del torero y que situaron estratégicamente a varios líderes de opinión 'antitomasista' para aprovechar el más mínimo resquicio y atacar al torero. El tercero de los toros de Tomás fue devuelto en un suspiro. Arreció la protesta engendrada en el mismo sitio y el juez lo devolvió con una celeridad nunca vista. El sobrero, serio por delante, también fue protestado y el recibo con el capote pasó inadvertido por el lío que se desató entre los que protestaban y los partidarios de dejar que la corrida prosiguiera su curso. José Tomás tomó la decisión de apenas picar al toro y salió con su muleta para imponerse a su genio con doblones por bajo. Se salió de esta guisa desde el terreno de tablas hasta el centro del ruedo. Pero el toro echó el freno de mano y a pesar del empeño del torero era evidente que el esfuerzo iba a ser baldío. Así que se desató una fenomenal pitada con el consiguiente vuelco del público hacia el mexicano Joselito Adame, muy mecánico y fallón con los aceros en labores irregulares con dos buenos toros (primero y sexto) y que logró salir a hombros tras una faena de honrada entrega con el último de la corrida, un codicioso ejemplar de 'Los Encinos' que se hartó de embestir. Muchos aficionados especularon que tras este festejo será ya imposible volver a ver a José Tomás en La México, pero tratándose de este personaje, imposible no es nada. Eso sí, flotaba una gran pregunta. ¿Hará temporada este año en los ruedos europeos? Imposible no es nada. o Este artículo lo publiqué en la edición de papel de los medios de Vocento