sábado, 30 de enero de 2016

LUIS EL ZAMBO O LA ARQUEOLOGÍA DEL CANTE

Vino rozadito de la voz Luis el Zambo a Logroño, un poco tocadito de la garganta, de la faringe o de las cuerdas vocales. Bien no lo sé; ni soy médico ni cirujano para diseccionar la salud laríngea de un cantaor que es pura arqueología en sí mismo, puro sostén de un estilo fragüero inimitable, aprehendido a la fuerza de la costumbre, al calor de la fascinante pedagogía de la calle y la vivencia, de escuchar con tino, de interpretar con alma y con fatigas un universo de voces y estilos que el tiempo se encargará de que sean pasto de la memoria, de congelarlos en archivos sonoros como si fueran un banco de germoplasma para oírlos en el futuro, y obviamente, romper a llorar ante tamaña pérdida, ante gigantesca desolación. Vino rozadito de la voz, pero no del alma. Y sostuvo ese cante tan particular, tan de Jerez, tan de las familias de la calle de la Sangre, a pesar de que en cada sílaba y en cada tercio pareciera imposible sujetar el andamiaje y la estructura de un cante tan roto, con tanta queja que parecía derribarse en cada lance. Pero no, porque habita en este Zambo una fuerza telúrica, una singular acidez que hace que cada remate se resuelva tan flamenco y tan preciso como precioso. Para mi hubo una cumbre, y llegó por la malagueña, tremenda de dolor, de oscura intermitencia, temblorosa, gitana y con momentos de puro cante, de transida belleza, de 'chaconianos' aromas al compás de un Miguel Salado que bordó el toque, el acompañamiento, los falsetes y los juguetillos con los que embelesó a los espectadores para llevar en volandas el cante del Zambo, tan poderoso como paradójicamente delicado, como una ramita quebradiza pero que es capaz de superar cualquier hielo traicionero de primavera. Es complejo explicar la rotación de la garganta del cante de El Zambo, los melismas contenidos en una sola sílaba para que en un juego casi aritmético de voces y probabilidades dé como resultado una malagueña tan hermosa, tan derramada como dulce nacida de la pura queja. A pesar de la voz 'rozá', de la pena contenida en un cante que es una especie de aullido sin explicación ni norma, a mí me emocionó ese prodigio de inmemorial dulzura. Así se dolía el Tío Gregorio, la Piriñaca o Curro Dulce, aquel misterioso ejemplar de cantaor gaditano del que de decía que sólo era capaz de romperse en las más íntimas fiestas. ¿Y qué es sino el Salón de Columnas? Un espacio para disfrutar del cante epidérmico, de la voz cercana, del trémolo guitarrero en apenas un suspiro. Buen concierto del Zambo, que vino de Jerez sin pescado alguno, pero con esa horma universal en la que caben todos los dolores del universo: el cante grande, el de los sonidos negros.

XX JUEVES FLAMENCOS
Cante: Luis el Zambo. Toque: Miguel Salado 
Salón de Columnas del Teatro Bretón: Localidades agotadas. Jueves, 28 de enero de 2016

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