«Los sonidos negros es algo que no se puede explicar pero que se entienden cuando se escuchan», subraya Luis ‘El Zambo’, nacido el 26 de septiembre de 1949 en el barrio de Santiago, de Jerez de la Frontera, la cuna del cante. «Soy sobrino de ‘El Sordera’; sobrino segundo del ‘Tío Borrico’, del ‘Terremoto’, del ‘Tío Cabeza’, emparentado con Rafael se Paula. Mi padre tenía cuatro puestos de pescado y todos los hermanos nos hemos criado en la pescadería cantando toda la vida, escuchando a los viejos, a los que cantaban bien. A los 51 años empecé a cantar en los escenarios; no echaba cuentas porque cada día vendía un camión de pescado. La gente me decía que me dedicara a cantar, pero yo seguía a lo mío, cantando en casa, en el barrio, en los cuartos y madrugando para vender pescado. No quería dedicarme sólo al cante porque mi padre se acordaba mucho del Borrico, que era el mejor cantaor de España, y que después de estar toda una noche cantando en una venta se volvía a su casa sin un duro, medio muerto hasta que se murió. Sin nada. Esas penas grandes y esas fatigas no las quería mi padre para ninguno. Y yo no canté hasta los 51».
-Pero un día se decidió cantar...
-Por derecho
-¿Y eso?
-Porque para dedicarse al flamenco hay que ser flamenco en todo, hasta para comer se come en flamenco. Hay que ser artista con gallardía, con gitanería, con hondura. Y eso cuesta mucho porque hay que estar muy atento a todo, a todo lo que se mueve para dárselo al público.
-¿Cómo fue?
-El Morao me lo propuso; lo acepté porque fue para grabar el disco de ‘Los Cayos Reales’ con María Soleá y Luis el de la Pica. Diego Carrasco me llamó más tarde para hacer un disco con ‘Los Zambos’. Después grabé ya solo el disco ‘Gloria Bendita’. He colaborado con Miguel Poveda, con Tomatito y estoy feliz de cantar.
-¿Qué es el cante gitano?
-El cante ‘afilao’, el cante nuestro, el que hacemos en Jerez los gitanos de nuestro barrio. Es un eco especial que tenían el Chocolate o Agujetas, voces con pellizco, con duelo debajo y delante. Y de esos hay muy pocos. Para cantar gitano hay que ser gitano; eso lo decían los maestros Antonio Mairena y Juan Talega.
-No le da miedo a que le digan racista...
-No porque yo no digo que canten mejor o peor, yo digo cante gitano. Ha habido muy grandes flamencos que han cantado muy bien sin ser gitanos, pero no cantaban gitano; y eso no quiere decir tampoco que todos los gitanos canten bien.
-Don Antonio Chacón, de Jerez y padre del flamenco... No era gitano.
-Aquel hombre era descomunal. Era un libro abierto de cante. Sus malagueñas eran insuperables incluso para los cantaores naturales de Málaga como Juan Breva o la Trini. Don Antonio tenía una voz insuperable y todo el conocimiento. No sería gitano, pero era de Jerez; eso sí.
-¿Recuerda cómo era el cante en su barrio cuando era niño e iba por las calles?
-Era otro mundo, inexplicable ahora. Los patios y las casas de vecinos hervían de cante en las calles. Cada uno tenía su trabajo, las verduras, las canastas, los pescaos. Pero eran artistas y no lo sabían aunque lo supieran. Vivían de sus trabajos, unos cantaban, otros el toque, el baile. Cuando no había un bautizo en Jerez había tres. La fiesta, el cante, el vino... Se escuchaba el flamenco y te traspasaba la piel, no te dabas cuenta. Yo escuchaba aquellos viejos y no era consciente porque era lo natural.
-¿Por quién moría?
-Por Terremoto. Aquello era una cosa especial y distinta. Era el cante desnudo de cante, desnudo de cuerpo. Me enteraba de que cantaba donde fuera y me cogía la furgoneta de pescao y hacía los kilómetros para escuchar un jipío suyo porque aquello era monumental. Una vez pusieron al Camarón en la plaza de toros de Jerez por un millón de pesetas. La gente fue a buscar a su casa a Terremoto para que le dieran otro millón a él. ¡Y cómo cantó aquel hombre! Acabó y se fue media plaza con él y la otra con Camarón.
-¿Y se acaba el cante, maestro?
-No; pero no va a ser como antes porque todo cambia. Ahora los chiquillos aprenden de los discos. Les falta la vivencia; eso que nos atrapaba de chavalillos escuchando por las calles y en las casas. Ahora escuchan los discos y repiten lo que suena, pero eso es otra cosa. Saben mucho, estudian las técnicas, aprietan los dientes. Y cantan bien, ojo. Pero es otra cosa porque no tienen las vivencias; las vivencias nuestras de cuando chicos y escuchábamos al Borrico en la Venta, que se había venido a casa ya solo después de una juerga con todo el frío del mundo metido dentro de la chaqueta.
-Pero ya no hay esas cosas.
-Un drama para el cante gitano, la pureza que no se puede estudiar. La Piriñaca me ponía a cantar en sus rodillas hasta las dos de la mañana. Y yo escuchaba aquello atónito, embelesado.
-¿Qué cantes son lo que más le gustan?
-La soleá, la bulería por soleá. Esos dos me hacen sentir una cosa especial. A veces me ha pasado que me he llevado más de treinta minutos cantando por soleá sin repetir un solo cante. Embebido, olvidado de todo, como si no hubiera gente ni escenario. Sólo yo y la guitarra, como cantando sin voz apenas. Dormido por dentro, olvidado el tiempo, olvidado de todo. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja