El torero riojano confirmó su alternativa en la plaza de toros de México DF con la mejor faena de su vida a un gran toro de Bernaldo de Quirós
Diego Urdiales bordó el toreo el domingo en La México con una faena sencillamente inolvidable; su actuación constituyó una auténtica revelación para los aficionados mexicanos, tanto es así que a pesar de no poder rematar la obra con los aceros, los periodistas especializados de aquel país no han dudado en calificar su obra como la faena más importante de las últimas temporadas. Y es que resulta casi imposible describir la calidad del toreo que fue capaz de desparramar el diestro de Arnedo con el toro ‘Personaje’ de Bernaldo de Quirós, un ‘Saltillo’ al que consintió de una manera impresionante y al que cuajó desde el primer muletazo hasta una coda de doblones larguísimos por bajo ya muy cerca de las tablas. La faena fue perfecta, intensa, honda y rota por ambas manos, tanto en redondo como al natural en series largas, compactas, mecidas y abrochadas por descomunales pases de pecho que se deslizaban literalmente de pitón a rabo. El toro fue realmente bueno, pero no fácil, y uno de los mayores méritos de la actuación del torero de Arnedo radicó en entender la precisión que exigía en cada embroque para aplicar un temple proverbial, tanto a la hora de enganchar el muletazo por delante como al soltar el vuelo vaciando la embestida en el sitio perfecto para no quebrantar el son innato que poseía el astado. Además, conviene subrayar que los primeros tercios no fueron fáciles: el primer lugar por lo suelto que salió el toro como por la distinta intensidad en la embestida, tal y como comprobó el torero en una ocasión al correrle con el capote perdiéndole pasos y el arreón que tuvo que sortear.
Lo cuidó con primor en el caballo (apenas un picotazo) y ‘El Víctor’ llevó el peso de la lidia ofreciéndole al morlaco todas las ventajas. Urdiales recibió los trastos de su padrino Fermín Rivera y se acercó a las tablas para brindar su faena a «Francia, las víctimas y a la libertad’ a través de los micrófonos de la cadena de televisión mexicana que emitió la corrida tanto para América como para España, Portugal y Francia. Urdiales se fue con parsimonia hacia el astado y desde el primer lance se vio con absoluta claridad que la faena iba a poseer ribetes de enorme calidad. Sin embargo, los trazos que se esperaban comenzaron a multiplicarse de inmediato y el toreo comenzó a brotar a bocajarro, a borbotones. Primero con la mano derecha y después con la izquierda; si el toreo en redondo tuvo una entidad impresionante, lo que logró al natural rayó la perfección. Encaje máximo y absoluto, el vuelo de las telas suelto y franco y la ligazón perfecta para que los aficionados rugieran como hacía tiempo que no se escuchaba en el embudo de Insurgentes. La faena, además de intensa fue larga, y a pesar de la longitud, no decreció en ningún momento. Fue siempre a más y a más, hasta conseguir muletazos de una plasticidad y una belleza casi inigualables. Para este cronista, esta obra de Urdiales –a pesar de no ser refrendada con la espada como se merecía– ha sido la mejor de su carrera, la más hermosa y completa, la de más cadencia y temple, la más consentida y la que le va a servir para situarse desde ya en el Parnaso de los artistas más conmovedores del toreo contemporáneo.
«Estoy feliz porque torear así en México es algo increíble»
Diego Urdiales mostró a las cámaras de televisión su alegría: «Estoy asbsolutamente feliz porque presentarme en México con una faena así es algo realmente increíble. He notado la forma con la que me han jaleado los aficionados y he sentido en el ruedo unas sensaciones muy hermosas. No puedo pedir más». o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja