Ninguno de los tres toros, los dos del Puerto de San Lorenzo y el sobrero de Valdefresno, permitieron al torero de Arnedo construir una faena
El torero riojano pecha con un lote imposible y López Simón, herido, abre la Puerta Grande de Las Ventas
Una tarde de enormes y encontradas sensaciones en Las Ventas. Por un lado magnífica y tremenda actuación de Alberto López Simón, que resultó herido en el primer toro y que salió en los dos últimos para demostrar que quiere ser figura máxima y que los toreros son tipos de otra pasta. Cortó una oreja por el valor al primero de su lote y otra al quinto de la tarde, que bien pudieron ser dos por el enorme esfuerzo y amor propio que derrochó tras negarse a ser intervenido en la enfermería y salir por su propia voluntad para despachar y triunfar con el único toro que dio opciones de la descastadísima corrida del Puerto de San Lorenzo, mansa sin consideraciones y de malísimo juego en conjunto. Diego Urdiales se llevó la peor parte en una tarde que se puso cuesta arriba desde el primer toro, un animal de juego desgraciado y con el que no pudo hacer absolutamente nada. En el fondo daba igual porque le quedaban otros dos, pero los presagios eran negros como los nubarrones que comenzaron a acechar el cielo de la capital de España. López Simón se la jugó con el noble pero desfondado segundo. En un momento le echó mano y le propinó una cornada de 12 centímetros en el glúteo. Siguió impávido en el ruedo, mató al toro y se le concedió una oreja por su impresionante valor. No se sabía lo que iba a suceder porque quedaban cuatro toros y sólo un matador en el ruedo. Así que el riojano lidió al tercero. Un toro que acababa de cumplir cuatro años pero que tenía trapío e ideas de uno de seis. Un animal peligroso, desconcertante e imposible. El de Arnedo hizo un esfuerzo de los suyos, sin alharacas, sin desplantes, sin medias tintas, y estuvo colosal con el bicho. La pena es que la mayor parte de la plaza no se enteró. Enterró la espada contraria, cayó patas arriba a sus pies en una última embestida mortífera y sólo saludó una ovación. La tarde se había puesto definitivamente imposible. No se sabía lo que iba a pasar con López Simón, así que se corrió turno y salió el quinto, un toro débil que fue devuelto por la vía rápida. El sobrero de Valdefresno demostró desde el principio que no tenía nada bueno en sus entrañas, y el esfuerzo del matador riojano resultó baldío. El animal se metía por dentro, lanzaba derrotes, y cuando se le obligaba a embestir por abajo perseguía la muleta con violencia y saña o se caía saliendo de las suertes sin decir nada. Una prenda, una guinda amarga que cerraba una tarde para el olvido. López Simón tenía dos toros. Salió de la enfermería, atravesó el ruedo como diciendo a la afición que ahí estaba para lo que fuera menester. Apenas podía andar y el toro salió andarín. La lidia la llevó Domingo Siro, y tras un bello quite de Urdiales por chicuelinas con una gran media verónica como despedida, salió Alberto, armado de pasión y corazón, y le enjaretó una faena importantísima al manso, que tuvo la virtud de la humillación a pesar de rajarse. Gran estocada y oreja. Yo creo que era de dos, pero tras aflorar el primer pañuelo en el palco, la petición asombrosamente se desvaneció. Gran tarde de Alberto López Simón en Madrid, que no tuvo oportunidad de hacer nada más con el sexto de la tarde, que en los primeros compases de la faena se lastimó la mano. Diego Urdiales no tuvo suerte ayer en Las Ventas pero las espadas están en todo lo alto. Zaragoza le espera el día once con Ponce y Morante. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja