Urdiales remata su mejor temporada en El Pilar en una corrida en la que Talavante salió por la puerta grande
Final de temporada por todo lo alto de Diego Urdiales en Zaragoza en la primera de las corridas de la Feria del Pilar. Tarde de lujo máximo, cartel de no hay billetes y ese ambiente indescriptible de las citas de corrida grande, de acontecimiento largamente barruntado. Todos los aficionados esperaban lo mejor de los toros de Núñez del Cuvillo, una ganadería de alto copetín, que ayer dejó mucho que desear no sólo por su escaso vigor, sino por la falta de fondo y forma en sus embestidas. De seis sólo un fue bueno de verdad y cayó en manos de un torero que está en verdadera sazón: Alejandro Talavante, que con una increíble superioridad lo toreó a placer desde el capote hasta el final en una faena variada en la que predominó la emoción de las cercanías por las que se pasó al astado. Muy bien Talavante y superior Morante con ese mismo toro en un maravilloso quite por chicuelinas.
Sin embargo y más allá del triunfo y del valor de la oreja que logró, la faena de más peso y poso fue la de Urdiales al segundo de Cuvillo. Toro complejo donde los haya, de esos que embisten a arreones, andarín, deslucido y muy informal en unos primeros tercios que llegaron a convertirse en un correcalles. Un toro de los que quitan el aliento a los banderilleros y que parecía imposible sujetar en ningún terreno.
Y precisamente ahí, en lo más difícil de la corrida, apareció Urdiales con la muleta y se lo llevó al platillo mismo. Fue una faena de epicentros, de torería máxima, de valor y de ninguna ambigüedad. En cualquiera otras manos el toro de Cuvilo se hubiera calcinado por la fiereza de su embestida. Pero es precisamente en estos espacios imposibles donde brota ese corazón inapelable de Urdiales, que le ofreció la palma izquierda con tanta verdad que no había toro capaz de rechazarla. El suelo quemaba en ese terreno, cada muletazo era un desafío a lo preconcebido y a la propia anatomía del diestro. Había que tapar todas las violencias y todos los desenfrenos sin desabrocharse el corbatín. Ni un gesto, ni un ademán de desconfianza. Sólo vuelos, colocación y distancia para aprovechar la inercia y consentir al morlaco para pasárselo por las espinillas sin una sola duda.
El público, enardecido, lo vivió impresionado porque esa forma de torear desprende un catálogo de verdades inconsolables. Antes, Urdiales, nos había regalado un trincherazo descomunal: la pierna contraria adelantada, un escorzo breve de la cintura, y la muleta arrastrada por el albero para someter al bravucón ejemplar venido de Vejer de la Frontera y que distaba mucho de ser el toro soñado de una corrida de figuras. Este toro, manso y desconcertante, es de los que quitan el hipo, de los que parecen imposibles y en los que la arquitectura de una faena ronda la ensoñación.
Fue un faenón por su unidad conceptual de terrenos, por la colocación del torero y por esa sutileza del final de la muleta para poder con el arma del temple a la violencia del morlaco. Orejón de figura en Zaragoza, orejón de un torero que ha firmado un final de temporada envidiable y al alcance de muy pocos compañeros del escalafón.
Y fue una lástima que el segundo de su lote, muy venido a menos y con escaso vigor, no le dejara redondear la tarde como todos queríamos, pero el peso de la faena al segundo vale por sí solo el ardor de muchas corridas. Y además, lo pasaportó de una extraordinaria estocada. Gran ovación de despedida a un torero que ya es inapelable en las grandes ferias. Urdiales es el diestro de la pureza máxima y los aficionados lo reclaman como un estandarte de la verdad del toreo.
La tarde se la llevó Alejandro Talavante, que está viviendo un momento descomunal como torero y que fue una pena no haberlo podido disfrutar en San Mateo. El toro se llamaba ‘Rufián’ y lo cuajó con esas formas tan personales que él solo tiene. La faena se basó en la distancia milimétrica, en un valor sin desahogos y en una quietud alucinante. Antes, y gracias a las nobles embestidas del morlaco, se vivió un tercio de quites precioso entre el propio Talavante y Morante de la Puebla, que se convirtió por unos instantes en un verdadero derviche toreando por chicuelinas. Qué gran quite y que bella respuesta de Talavante, que no se quiso dejar ganar la partida por el cigarrero. La pena es que Morante no tuvo más opciones y aunque lo intentó con el cuarto, se fue de vacío.
o Feria del pilar (Zaragoza). Toros de Núñez del Cuvillo desiguales de presencia y mal juego. Parado el 1º, rebrincado y peligroso el 2º, excelente, con clase y calidad el 3º, parado el 4º, inválido el 5º, con movilidad pero sin emplearse el 6º. Morante de la Puebla: palmas y ovación con saludos. Diego Urdiales: Oreja y saludos. Alejandro Talavante: Dos orejas y saludos (salió por la puerta grande). Plaza de Toros de Zaragoza. Lleno de «No hay billetes». Tras el paseíllo la plaza, puesta en pie, pidió a gritos libertad para el toreo en Baleares. Primera de Feria. Domingo, 11 de octubre. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja