lunes, 28 de septiembre de 2015

LA MIRADA DE LOUIS

Instantes antes de que el novillo ‘Romancero’ doblara cerca del burladero de cuadrillas, Louis Husson se echó rápidamente la mano a la coronilla y sin que apenas casi nadie reparara en su gesto, se quitó la coleta y se la guardó en la mano. Sin prosopopeya alguna, aguantó los pitos y suavemente se introdujo en el callejón para escabullirse de todas las miradas en la confusión de ternos y toreros que define ese espacio tan íntimo de la plaza. Louis es un niño, apenas un muchacho de 19 años que ayer puso punto final a su carrera de sueños. Recuerdo nítidamente la primera vez que lo vi. Fue en Logroño, vino una matinal a La Ribera con la escuela de Richard Millian y era el más avezado y veterano de los alumnos. Aluciné con su dulzura, con el absoluto respeto que se dirigía a su maestro y la manera que lideraba aquella frágil camada de novilleros repletos de esperanzas. Confieso que le he seguido, que tuve la suerte de verle una novillada matinal en Mont de Marsan y la forma en la que me relató por la tarde la admiración que sentía hacia Diego Urdiales y su concepto: «Cuando le veo a usted me acuerdo de Logroño», me decía las veces que me lo cruzaba, en un patio de caballos o en el graderío alto del coso de Dax, su plaza. Ayer estuvo mal sin paliativos. Pesaba la temporada, las novilladas duras, las derrotas. Y cuando vi su gesto inmediatamente me di cuenta de que había tomado la decisión: «No me veo, tengo la mente desordenada, amo el toreo, pero así no puedo seguir», me decía con los ojos levemente brillantes y la voz temblorosa de un niño vestido de torero, con un serio y encajado terno tabaco y plata con el bordado oro del chalequillo. El toreo es la escuela más sobria de la vida; allí donde no cabe la mentira habita un torero como Louis Husson, inteligente, educado, dulce, valiente, entregado a una vocación y a un sueño desde que era un niño. «Esto es mi vida, pero no estoy», me dijo antes de que yo le pidiera darle un abrazo de respeto y ánimo. No lloraba pero seguramente lo hizo momentos después en la soledad de su habitación. Necesita tiempo, confort de espíritu, ordenar sus ideas y reflexión. Las veces que he hablado con él me ha transmitido una serenidad inconcebible para un muchacho de su edad, una afición y un respeto por el toreo absolutamente radical. A veces pedimos a los novilleros reacciones de hombres, ante el toro, ante la vida, ante su porvenir. Louis demostró una madurez y una honestidad sorpredentes para su poca experiencia vital.  En Logroño lo vimos soñar y en Arnedo ha decidido poner fin a su carrera. Espero que vuelva, que se ordene, que le dé la vida tiempo para respirar y que con las nuevas bocanadas recobre esa ilusión que tenía aquell matinal de San Mateo, con su amigos toreros, su traje campero y lo enorme que le parecía la plaza de La Ribera. o Artículo publicado en Diario La Rioja

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