martes, 1 de septiembre de 2015

Diego Urdiales revienta Bilbao con el alma

Histórica tarde del riojano en Bilbao que corta tres orejas y sale a hombros por la Puerta Grande

Una torería distinta a todas; fuera de convencionalismos aguerridos, adiós a los números. Torear con el alma, arrastrar la muleta por el ruedo, sentir el toreo con la yema de los dedos como si fuera una llama incombustible. Vivir el toreo en cada muletazo, revivirse por dentro en cada lance, hacer lo imposible como algo absolutamente irrenunciable, como sólo es capaz de hacerlo Diego y como plasmó soberanamente ayer en Bilbao, su plaza, la más señorial, la más torera, donde lo aman, lo veneran y lo respetan como al más grande. Y ayer, en una corrida con dos máximas figuras, fue el más grande desde que se abrió de capote con el dificilísimo y exigente primero de su lote hasta que despenó al cuarto con una  estocada en la yema, un estoconazo, el mejor de las Corridas Generales, el estoconazo que por fin ponía la firma a la mejor faena de la temporada. Allá los dos pañuelos de Matías, lanzados a la vez, sin dejar ni un segundo al cabo de la más mínima contemplación. Cuando se torea así, sin contemplaciones, con el mimo del vuelo y un volcán de torería irrefrenable por los adentros, no ha lugar a cualquier amago. Matías lo entendió a carta cabal y la aclamación del todo Bilbao puesto en pie gritando ¡torero!, ¡torero!, ¡torero!... no podía tener otra consecuencia lógica que el triunfo hondo de la más pura torería, del torero más puro que cada día reta a la vulgaridad de la adormecida tauromaquia moderna y confusa para ser él mismo y único en cada momento. Dos orejones de Bilbao (tres en la suma total de la tarde) que valen su peso en oro más allá de conseguirlos por cómo los consiguió, toreando tan despacio, tan reunido, tan de verdad, que la faena fue un susurro y los olés roncos y rotos de todo el gentío, absorto por la figura enjuta y aguileña, fibrosa y única que estaba destilando el toreo más íntimo en el centro de ese ruedo oscuro de Bilbao, en el que se siente como en el propio cielo. Allí en la soledad del Botxo, toreando para todos y especialmente para sí mismo, como esas tardes en Arnedo soñando el toreo con su hermano Juanjo ‘haciéndole’ un toro antes de almorzar. Urdiales magnífico, científico, inalcanzable, escueto en su alardes y tan largo en su torería que a los demás les parecía como un sueño de donosura esa elegancia suya berroqueña, casi de marfil, macerada en odres viejos, en barricas del roble más noble, del vino más fino y profundo de cuantos seamos capaces de beber y destilar en el toreo. Qué manera de torear al natural, al puro ralentí, muñecas de cuarzo, la tensión mínima en la franela, y esa colocación de extrema pureza, el medio pecho, los talones asentados, las zapatillas enterradas, y la naturalidad deletreada. Se antoja imposible torear más despacio, lento como una película sueca de los sesenta; parsimonioso como un trasatlántico por el Gran Canal de Venecia, inacabable como un suspiro. Daba tiempo a soñar en cada muletazo. Y el toro, llamado ‘Favorito’, siguiendo ensimismado el señuelo como en un sueño. La emoción pura, desnuda, líquida, fragante y absolutamente colosal en el mismo platillo de la plaza. Hubo algún natural interminable: el toreo volvió a ser bello, como escribió Joaquín Vidal de la faena de Paula al toro ‘Corchero’ de Madrid. Diego, en el aire de los más grandes, en el supremo cetro del toreo contemporáneo; él y Morante; no más. La tarde fue emocionante; buena corrida de Alcurrucén, de las que dan importancia al toreo por su seriedad y por su juego. Castella no terminó de acoplarse a gusto con el primero de su lote y sorteó desigualdades con el cuarto, que fue un gran toro pero al que no le encontró ni el ritmo ni la medida. Perera estuvo serio a carta cabal pero pechó con el peor lote. Suyo fue un quite extraordinario por lo ajustado al primero de Castella y el máximo esfuerzo durante toda la tarde. Pero ayer, Bilbao olía a Rioja, a Urdiales, al torero más auténtico de cuantos conozco. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja


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