viernes, 15 de mayo de 2015

Julio Armas: «Una vez que has visto un trincherazo de Rafael de Paula no se te olvida jamás»

Julio Armas dictará hoy el pregón del Club Taurino en Cajarioja de Gran Vía (20 horas) con la presentación de Ricardo Romanos 

«Mejor la vida descabellada que el cadáver de un sueño», solía mascullar para sus adentros Hernando de Soto, uno de aquellos navegantes y conquistadores españoles del siglo XVI que habitan en la memoria, en los libros y en el alma de Julio Armas, escritor, gastrónomo, «ácrata de derechas» y apasionado de la historia de España y de la memoria de un pueblo inmemorial como es el nuestro, «tan denostado por nosotros mismos», como él mismo asevera. Pues bien, Julio Armas (que pregonará hoy la primavera a partir de las 20 horas en Cajarioja de Gran Vía por petición expresa de la presidenta del Club Taurino, Conchi Martínez) como es un ser poliédrico y polifacético, también fue taurino –«no lo he dejado de ser nunca», matiza– pero ha vivido con su afición «criogenizada» durante los últimos años por el desencanto que le produjo en su alma rica de aventura la frustración de la rutina: «Estuve durante más de diez temporadas recorriendo las ferias, desde Castellón hasta Zaragoza, pasando por Valencia, Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao... Al final veía las mismas caras en los mismos hoteles. Patxi y sus amigos de Bilbao, Manolo y los de Pamplona, los franceses; siempre los mismos tipos en similares sitios. Me aburrí, me desencanté, no entendía nada de lo que estaba sucediendo y lo dejé....».
Pero Julio ha vuelto (merced a la petición del Club Taurino), y eso le ha provocado sumergirse en su memoria, y recordar por ejemplo a su abuelo Amaranto: «Él comenzó a llevarme a los toros en la vieja Manzanera. Tenía un cargo muy peculiar, se colocaba en uno de los burladeros del callejón y era el encargado de comunicar al alguacilillo con la presidencia con un ingenio increíble. Era una especie de tubo flexible que iba desde el callejón hasta el palco. Cualquier orden del presidente se comunicaba por él y mi abuelo hacía de portavoz. Con el tiempo me fui aficionando y llegué a tener mis barreras en la plaza, pero llevaba más de una década sin ver una corrida hasta este mes, que he visto los victorinos y los miuras de Sevilla y la novillada del lunes en Madrid. Y es curioso, entiendo el toreo (una vez que has visto un trincherazo de Rafael de Paula eso no se te olvida nunca), pero no conozco a ningún torero de los actuales, a ninguno. Y me ocurre algo increíble, me doy cuenta de cómo han cambiado las cosas en este tiempo. Posiblemente un aficionado habitual no lo haya notado, pero el público de Madrid es ahora mucho más frío, gélido, con unos astados muy serios y tres novilleros con mucha entrega. Quizás demasiado académicos, aunque hubo uno de ellos que se tiró a matar sin muleta. Fue tremendo, la propia vida dio». Para Julio Armas el toreo es un arte como puede serlo la música, la literatura o la pintura: «Lo encierra todo y pertenece a lo más íntimo del alma española, es uno de los atributos de la españolidad. Fíjese, los primeros toros bravos llegaron a América en el año de 1530 a Atenco, aunque ya en el segundo de los viajes de Colón se llevaron bueyes para carne con la salvedad de poder jugar con ellos en el caso de que salieran bravos. Por eso cuando veo la erradicación de los toros en comunidades como Cataluña lo achaco mucho más a ese poso de españolidad que tienen que a un supuesto amor por los animales, aunque esa humanización de la bestia que describía Descartes también ha influido en mucha gente para no comprender el toreo». Y el toreo, para Julio Armas, puede alcanzar notas de belleza absolutas: «Es como cuando te emociona un vino. Puedes describir técnicamente todas sus cualidades pero es imposible relatar esa emoción que provoca su belleza. Bergamín, el benjamín del 27, decía que el arte del toreo consistía en un ejercicio de geómetras, la horizontalidad del toro, la verticalidad del diestro y esa conjunción de ambos movimientos». La muerte está presente y es real: «No es como en una representación de ballet o como en el cine, que te puedes ir a fundido en negro. Aquí se palpa y es consustancial. Y la muerte del toro en la plaza no se puede contemplar con frialdad, con lejanía porque es un momento solemne, tal y como escribió Jaime de Armiñán en ‘Juncal’, su maravillosa obra». Y flota en la conversación el toreo de Rafael de Paula: «Lo vi en Pamplona en aquel festival que toreó él solo seis astados tras no arreglarse con la empresa de Sevilla. Sus verónicas, aquella media impasible, sus rodillas arrasadas en los quirófanos, todo él era algo mágico. Y es que una vez que has visto un trincherazo de Rafael de Paula eso no se te olvida nunca, pero nunca». o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja

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