Cuando apareció en las tablas de la Sala Room Juan Ramírez, el legendario maestro Ramírez tantas veces al lado de Paco de Lucía y otros grandes maestros del flamenco, y comenzó a disparar su metralleta, el público se conmovió de tal manera que se hizo el silencio más profundo para escuchar el baile. Y es que la danza de Ramírez se oye, se escucha, se siente como una infinidad de latidos de increíble velocidad y asolerado compás como nadie lo ha hecho en el flamenco. Ramírez en la Sala Room, increíble pero cierto, un bailaor legendario, con su conspicua pureza, con sus tres pinceladas (y basta) recordando el baile macho; bailar en hombre, enhiesta la plata, como un ciprés, las manos apenas se mueven, danza la columna vertebral, el fémur, la tibia, el peroné y ese infinito conglomerado de huesos del tobillo para mover los pies con la precisión casi incontable de la matemática del compás más inalcanzable, álgebra pura para los tiempos y los contratiempos, los tacones, las planta, la puntera. Una percusión increíble, una velocidad endiablada que corta la respiración y que deja atónitos a unos espectadores que en su mayoría no podían ni imaginar lo que estaban a punto de contemplar con sus propios ojos. Juan Ramírez parece un tipo de otro tiempo, casi de otra dimensión, con su traje de mil batallas, su duende inmarcesible, su seriedad congénita: ni la más mínima concesión a la galería. Danza hacia los adentros, como crujiéndose de sí mismo, al compás del cante del logroñés Miguel Jiménez y el notable toque de Rafael Borja. Un amigo mío gitano y muy buen aficionado me dijo: «Es el Fred Astaire del flamenco, algo único». Y no le falta razón al caló. Ramírez taconea con la aguja del genio de Nebraska pero como nació en Mérida en vez de hacer claqué se fijó en Farruco y en Carmen Amaya. La otra gran sorpresa de la noche la dio Cristina García-Mancha, logroñesa, profesora de la Academia López Infante, bailaora vocacional y hermana de este cronista (para que nadie se lleve a engaños). Y qué decir: bailó superiormente por tientos teloneando a un genio y con el corazón en un puño. Bailó con el alma, con el compás magmático de su devoción por el flamenco. Salió espoleada, nos hizo disfrutar y rayó la felicidad que supone subirse a un escenario y dejarse la piel. Eso por encima de todo. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja
Cristina García-Mancha, por tientos from Pablo García-Mancha on Vimeo.
Juan Ramírez, en la Sala Room from Pablo García-Mancha on Vimeo.