El cante del maestro José Cortés ‘Pansequito’ tiene la virtud de transportar a los aficionados a esa esfera del tiempo detenida e inmarcesible que configura el clasicismo flamenco. Un etapa que quizás nunca haya existido nada más que en la gramática sesuda de los tratadistas pero que si fue tuvo que haber sido así, con ese punto de irrealidad que irradia este gitano del Puerto al cantar por tarantas o deshacerse en el sonido de su bellísima bulería, tan crujida de sí, transida de bellezas en las aliteraciones de los ritmos, en los juguetillos de la voz, en el aroma roto de los tercios negros unas veces o cristalinos otros, y siempre mecidos por un compás tan desnudo de artificios, tan preciso, que uno por momentos se sentía allí, en ‘Los Canasteros’, con Manolo Caracol al fondo mirando de reojo esa manera que tiene Manuel Valencia, de Jerez de la Frontera, de tocar la guitarra con el pulso de todas las generaciones que le han precedido. Y es que se atrevió con ‘Gloria al niño Ricardo’, ni más ni menos, una de las grandes composiciones de Paco de Lucía. Un solo para recordar, un solo para evadirse de la monotonía, para soñar el flamenco en esa ambigüedad tan suya que es capaz de trasladarse de la mayor de las catástrofes del alma al nihilismo absoluto de cantes como el de los cañaverales, que cuantos más cortaba, más le quedaban por desbrozar. Comenzó ‘Panseco’ por alegrías, y en este punto conviene agradecer al maestro la largura de cada uno de los palos: no eran afluentes cortos, eran ríos como el Nilo, en los que se podía disfrutar de las diferencias de cada cante, de los distintos territorios del flamenco. Las alegrías de ‘Pansequito’ no tienen sal, pues traen torturas del alma dichas así, con esa flamencura del cante hacia los adentros, para sin aparente esfuerzo dibujar en el aire melismas de retorcida belleza. Noche plena de cante, de las que se dicen para cabales: redonda en los ecos, contenida en el tiempo, paseada por distintas estaciones de este arte, y rematadas con unos fandangos ausentes de apoyo microfónico en los que el maestro lanceó por verónicas el aire para ahuyentar esos virus invernales que parecen confabularse con el frío de la Bética para desconcertar una garganta que es pura armonía, pura memoria de un tiempo que estuvo aquí aunque nunca hubiese existido.
o XIX JUEVES FLAMENCOS. Cante: José Cortés ‘Pansequito’ Guitarra: Manuel Valencia Jueves, 12 de febrero de 2015. o Esta crítica la he publicado en Diario La Rioja.