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jueves, 11 de diciembre de 2014
YO, ROBOT
Ha dicho el físico británico Stephen Hawking que el desarrollo de la inteligencia artificial podría significar el fin de la raza humana. Y ha ido más allá: «Los humanos, que están limitados por la evolución biológica, no podrían competir y quedarán suprimidos por los robots», como en Terminator, donde no se sabe muy bien cómo, un engendro del futuro enviado por el hijo de un padre que todavía no había nacido llegó a la tierra a través de una oclusión espacio-temporal desde el porvenir para matar a un tatarabuelo suyo que en unos meses iba a cambiar los designios de la humanidad al crear un chip capaz de suplantarnos o algo así. De tal manera que al bicho mecánico y biónico no le quedó más remedio que coger una ametralladora y pasarse la película entera reventando a tiros a cuantos se ponían por delante. Es decir, inteligencia artificial en su máxima expresión, como la de más de uno de los radicales del Frente Atlético o de Riazor Blues, que a pesar de que ellos mismos no lo sepan y acaben matándose por ninguna causa, la realidad es que son del mismo equipo de descerebrados. «Con la inteligencia artificial estamos invocando al demonio», apuntaló Stephen Hawking. No tengo ni idea si lleva o no razón el físico, lo que sí sé es que la inteligencia actual, más allá de su artificialidad o no, lo que me parece es precaria: no hay argumentos, hay superestructuras emocionales que todo lo arañan, un especie de turbamulta de engendros de silicio y níquel que han logrado que en los bares no se hable como haya wifi o cobertura. Ni se habla ni se fuma. No hay lengua que mover ni pulmones que proteger. Bien mirado, a lo mejor es bueno dejarse llevar por los robots asesinos de Hawking, que nos consientan todo y cuando les hartemos, que nos atraviesen el gaznate con un cilindro heliocéntrico y, por su puesto, inodoro. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja