El riojano se consagra en Las Ventas tras una memorable faena al natural y la oreja más importante del año / Foto: Carmelo Bayo
Diego Urdiales dio ayer en Madrid los mejores muletazos de la temporada a un cornipaso toro de Adolfo Martín con el que literalmente bordó el toreo en el platillo mismo de una plaza de Las Ventas que cayó rendida literalmente a sus pies. Hacía tiempo, mucho tiempo, que no rugía así el primer coso del mundo viendo torear a alguien tan despacio, tan encajado, tan colocado en la embestida que no resulta ninguna exageración decir que Diego fue capaz de fusionarse con un toro al que le dictó su parsimonia al ralentí en tres series de naturales sencillamente memorables, eternas, con varios muletazos dictados con tanta lentitud que daba tiempo a soñar desde el momento del embroque hasta que con el extremo del vuelo de la pañosa llevaba el morro del toraco hasta el infinito. Urdiales fue ayer en Las Ventas la reencarnación del toreo más puro, más ortodoxo y clásico de todo el escalafón, la memoria misma de la tauromaquia, la pasión contenida al principio y desbordada al final de semejantes raciones de caviar. Y Madrid lo vio, lo sintió como suyo en una faena inolvidable que corona un año de profundísima reivindicación de la categoría de un diestro al que alaban los toreros más grandes pero que el sistema quiere acorralar puesto que su revolución es ya, a estas alturas de su vida, absolutamente imparable. No le van a poder poner más puertas a este mar de torería porque ahora mismo, digámoslo claro, es el torero más puro del escalafón y quizás el único capaz de imponer su concepto a todo tipo de toros, a los cornivueltos de Albaserrada o a los más dulces de Domecq, le da lo mismo porque el toreo le fluye del alma. Y conviene explicar que el toro al que le cortó la oreja no fue un toro extraordinario, ni mucho menos. Fue un animal vulgar con una embestida desordenada por el pitón derecho y que sólo se dejó por el izquierdo. Entonces, ¿cuáles fueron las claves del triunfo de Diego? Básicamente la colocación, que fue inapelable, y una vez puesto en el sitio, el valor para sujetar las muñecas y hacer danzar la flámula con una precisión en los toques y en los vuelos sólo al alcance de los elegidos. Comenzó en redondo en los medios asentando el viaje del toro, muy firme, mandón y sin el más mínimo aspaviento. Entonces, cuando tomó la muleta con la mano izquierda y con la plaza ya revolucionada por la calidad que se presentía, comenzó a aflorar el toreo al ralentí dejando la pañosa muerta en la cara del morlaco y sacando el viaje del toro por debajo del palillo, tan despacito, con tanto sentimiento y tan a compás, que Diego estaba transformando una embestida más en el mejor toreo al natural de toda la temporada en Madrid. Se fue de la cara del toro entre vítores y tras varios muletazos preciosos por bajo para poner coda a la faena, agarró un estoconazo sin puntilla impresionante. La oreja fue absoluta, hubo quien pidió la segunda, y si el toro hubiera sido capaz de aguantar una tanda más, una sola, la faena hubiera sido de dos de manera inapelable. Pero lo hecho ahí está y Madrid ha reconocido al riojano como uno de los suyos para siempre. Todos esperábamos como agua de mayo el segundo de su lote, otro descarado animal de Saltillo. Pero se lesionó en un derrote contra el burladero y compareció un toro enorme del Puerto de San Lorenzo de seiscientos kilos y armado hasta los dientes. Fue un manso redomado que huyó siempre de los engaños y que no consintió ni un muletazo. La lidia fue una pelea constante para sujetarlo y el torero de Arnedo, que lo intentó sujetar primero en el tercio, después en el platillo y finalmente en los chiqueros, no pudo hacer otra cosa que quitárselo con solvencia. Le enjaretó una gran estocada y saludó una emotiva ovación de reconocimiento de toda la plaza. Nos habíamos quedado con hambre y muchos ya descuentan los días para su próxima comparecencia en Madrid.
o Feria de Otoño (Madrid) Toros de Adolfo Martín, bien presentados a pesar de la desigualdad de sus caras. Finos de cabos y de juego irregular. El más bravo fue el sexto y el de peor nota el mansísimo cuarto, una prenda. El primero de Urdiales, muy cornipaso, tuvo nobleza pero poco fondo. Se lidió un sobrero -el quinto bis- de El Puerto de San Lorenzo (intolerablemente manso, descastado y huidizo), que sustituyó al titular de Adolfo Martín tras lesionarse en los primeros compases de la lidia. José Ignacio Uceda Leal: Silencio y pitos. Diego Urdiales: Oreja tras aviso y ovación. Serafín Marín: Silencio y oreja. Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid). Casi lleno en tarde de agradable temperatura. Última corrida de la Feria de Otoño. Domingo, 5 de octubre de 2014.