VIERNES 19 DE SEPTIEMBRE - 1ª de Abono - 20.00H Toros de VELLOSINO para MORANTE DE LA PUEBLA y MIGUEL ÁNGEL PERERA (mano a mano) / Esta crónica la he escrito en Diario La Rioja
lunes, 13 de octubre de 2014
MORANTE O EL TORERO DE LAS ENTRAÑAS
Morante dejó ayer en Logroño un faenón impresionante, una obra magnífica repleta de expresión y torería ante un astado que tuvo infinidad de complicaciones pero con el que el diestro de La Puebla apuró al máximo desde que lo recibió con el capote soltando la mano que toreaba de la esclavina para dibujar cuatro largas inopinadas. Fue como un pacto de confianza con la faena, con el porvenir de una corrida marcada por el desesperante juego de los astados de Vellosino, tan bonitos y a modo como vacíos de bravura y acometividad. Morante, bajo la presidencia, y pegado a las tablas, esperando al toro y dejándolo irse a una mano, como en aquellas viejas tauromaquias ahora desusadas. De un refilonazo, el toro descuartizó los flecos del capote, y entonces, como un soplo divino, salió Morante al tercio, se enfrontiló con el astado y se arrebujó por chicuelinas de puro ensueño. Todo él toreaba girando como un derviche en torno a la embestida de ‘Pesado’, el noble bruto que, sin saber cómo, había caído hipnotizado por el toreo del genio, que iba vestido tan de vino de Rioja y oro que sus perfiles se confundían con el color de las tablas de ‘La Ribera’. Tras las chicuelinas llegó la media, monumental, acentuada con esa forma que tiene el diestro sevillano de torear con todo, desde el rabillo del ojo hasta las zapatillas, desde el corbatín a esa seda de su capote lacio y delicado. Morante, era evidente, había entrado en ese peculiar estado suyo de ebullición interior. Se presentía cante grande. No sé, yo me acordé entonces de la voz de Manuel Torre –aquella anécdota que me relató el martes el propio torero– y de aquel consejo que le dio Ignacio Sánchez Mejías a su amigo impaciente. ¿Y si canta? Y entonces, Morante de la Puebla comenzó a cantar, por alto en magníficos ayudados, acompasando el viaje a la rotunidad de su cadera con la pierna de salida levemente flexionada, atisbando claramente el aroma de Joselito ‘El Gallo’. Se sacó el toro a los medios y empezó con la mano derecha con extrema suavidad, casi acariciando con los vuelos la embestida. El toro hacía hilo y era una taera de un auténtico privilegiado ser capaz de soltar cada lance con limpieza. Su muleta es frágil, pero con sus manos de estaño fue afianzando la embestida logrando redondos de proverbial enjundia, llevando cosida la cabeza del toro hasta el mismísimo final del cánon. Todo ello conjugando esa técnica invisble de los toquecitos apenas imperctibles a media altura para vaciar por abajo cuando conseguía refrenar la velocidad de un toro que por momentos comenzó a ausentarse de su alma. La faena tuvo el trabazón perfecto de los tiempos de refresco necesarios para aliviar al toro y para el respiro de los aficionados. Yllegó el toreo al natural, con el estaquillador prendido de su centro puro de gravedad, con la muleta arrastrada si exageraciones para comenzar el lance e ir hundiendo los vuelos en los dos últimos pase de cada serie. La plaza estalló con aquella belleza, y de la misma forma que el toro había destrozado el capote, le reventó la pañosa casi al final de una serie más cercana a tablas. Morante, entonces, acabó como había empezado, por Joselito ‘El Gallo’ y los ayudados por alto con la pierna de salida levemente genuflexa. Había hecho el toreo de nuevo y por eso sonreía. Se tiró tras la espada y ésta cayó levemente baja. La oreja, dicha así, a secas, no hace justicia al faenón que volvió a regalarnos un año después. Gracias Morante.