sábado, 18 de octubre de 2014
LA CHARLOTÁ
No voy a negar todo lo que me llevo riendo estos días con la ‘charlotá’ que está protagonizando el muy honorable Artur Mas con el tan manido derecho a decidir, enredo de tomo y lomo empleado hasta la saciedad para convocar un referéndum que era imposible celebrar sin romper con la Constitución y la soberanía ejercida por los españoles. Todos sabíamos, él el primero, que no iba a tener valor para hacerlo desafiando al Estado que le paga cada mes su latisueldo; el suyo, y el de miles de funcionarios de la Generalitat que deben sus hipotecas como cada hijo de vecino. Esta ‘revolucioncilla’ a la catalana no ha dejado de ser una especie de esperpento desde el minuto uno, desde la primera marcha del millón de hombres o la ‘V’ de victoria entre las esteladas, que no es otra cosa que una copia ridícula de la bandera cubana pasada por la abadía de Montserrat, el zapatazo de los muchachos de la CUP y los pezones estrellados de María Lapiedra, musa inspiradora de tórridos sueños en la aplastante nebulosa familiar de Marta Ferrusola y los multimillonarios hijos de Ubú, que ahora esquiva a los inspectores de Hacienda escondiéndose en el barrio gótico de esa Barcelona mediterráneamente española en la que no hace mucho tiempo habitaban las principales vanguardias de nuestra cultura. Ahora sus escombros yacen o están aplastados bajo toneladas de butifarras soberanistas. Mas abunda en la charlotá: hoy sí, mañana no. Hoy ERC, mañana PSC. Y los catalanes atónitos frente a una TV3 que a cada minuto explica que la culpa de todo es del Madrid (Real, claro), que les robó a Di Stéfano, la liga de Guruceta y a Figo. Yo le recomiendo a Mas que salga al balcón, como Pepe Isbert en ‘Bienvenido míster Marshall’, y proclame la independencia, con la monjas alférez Forcades y sor Lucía Caram, Karmele Marchante y la siempre inefable Pilar Rahola. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja