lunes, 25 de agosto de 2014
Dos victorinos para el olvido
Dos toros aciagos en una corrida de Victorino en la que al menos hubo tres ejemplares con posibilidades de triunfo (ambos cayeron irremediablemente en la muleta de Manuel Jesús 'El Cid') compusieron el inefable lote de Diego Urdiales en la última función de las Corridas Generales de Bilbao. Dos victorinos para el olvido, el primero muy parado y que sólo permitió tres naturales de gran trazo a favor de querencia en los terrenos de chiqueros, y el segundo, un animal más hondo y en el tipo ibarreño de la ganadería que pronto desarrolló sentido y con el que apenas pudo el diestro riojano otra cosa que porfiar por ambos pitones, explicarle quién mandaba allí y esperar mejor suerte en la próxima corrida, que si no cambian mucho las cosas está programada para la Feria de San Mateo. Los dos mejores toros del igualado envío de Victorino Martín fueron a parar, como en tantas ocasiones, al diestro de Salteras, que cortó una oreja de escaso peso al quinto tras una faena dictada a media altura y que tuvo sus mejores momentos con la mano derecha en series cortas rematadas con pases de pecho llevándose el palillo de la muleta al hombro contrario. Las mayores ovaciones del sevillano se materializaron siempre en esos momentos puesto que al ensayar el toreo fundamental la cosa no terminó de desperezarse. Las razones fueron evidentes: muleta retrasada siempre, cite indeciso y poco mando. Es decir, fue un sabio acompañando pero un lego en lo que se entiende por torear: lanzar los vuelos, bajar la mano y obligar a ese quinto victorino que, además, embestía como la seda. Exactamente todo lo contrario que los dos astados del riojano. El primero fue un toro simplón. Si yo fuera uno de aquellos viejos revisteros de 'La Lidia' o 'The Kon Leche' (dos grandes publicaciones taurinas de la Edad de Oro del toreo) hubiera tachado al antipático burel de pajuno, mas como no lo soy -muy a mi pesar-, lo adjetivo como un toro irrisorio e indolente, dos vocablos propios de la jerigonza taurómaca actual, pero que describen a la perfección un bóvido bicorne de corazón vacío, sin alma, sin casta. Eso sí, cuando Urdiales se la puso por el pitón derecho, el toro le respondió con una colada asesina dirigida directamente al pecho. Sólo pudo dar tres naturales, tres, y se los recetó con singular empaque aprovechando su querencia a unos toriles desde donde nunca debió salir. En el cuarto se vivieron unos momentos terribles. Nada más salir el toro al ruedo y cuando apenas lo habían recibido las cuadrillas con el capote ya que intentó saltar al callejón, de pronto, al lado de un burladero de la zona de sol, apareció un individuo entrado en años en el ruedo y con una chaqueta vaquera le endilgó dos lances y recibió una salvaje voltereta antes de que llegara el milagroso capote de 'El Víctor', del que se puede decir que le salvó la vida. Hubo un gran desconcierto, se lo llevaron a la enfermería y la plaza entró en unos momentos de convulsión alucinantes. Conviene decir que el callejón de Bilbao está repleto de ertzainas y de infinidad de operarios tocados con boinas rojas , pero al espontáneo suicida le dio tiempo a bajar de los tendidos y acceder tranquilamente al ruedo como si en vez de Vista Alegre se estuviera paseando tan alegremente por Zabálburu. Y que no vengan ahora con excusas porque no se puede consentir que dos días seguidos, dos, se cuelen en el ruedo personajes con síntomas de embriaguez tan evidentes como el de ayer. Si está vivo es de casualidad y esta plaza es Bilbao, no Villamelón de Esparraguera. Así que sin apenas verlo con el capote y en medio de aquel desconcierto, con la concurrencia atónita por la presumible tragedia (la cosa afortunadamente quedó en un puntazo en la axila y un golpe muy fuerte en el esternón) se plantó Diego con un toro que pronto iba a demostrar su torva condición. Lo intentó todo y tuvieron sabor añejo los doblones finales rescatados de tauromaquias ignotas con los que abrochó una faena imposible. Tarde sin opciones en las que el torero riojano anduvo preciso y firme con la espada y en la que la mejor noticia es que se mantuvo intacto su idilio con Bilbao, ya que fue recibido con una calurosísima ovación por un público que lo ha adoptado como suyo. Y no es para menos porque en este ruedo negruzco ha dejado durante siete años consecutivos el aroma de una torería inaudita e indeleble. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja.