Sólo el torero de Galapagar estuvo a la altura en León ante una corrida muy mal presentada de El Pilar y Garcigrande
Con la muleta cosida al corazón. O se torea así o es imposible hacer lo que hizo ayer José Tomás en León en la segunda corrida de su temporada en España. Increíble el tacto, suavísimo el embroque, lentitud extrema en el vuelo de su muleta para componer una auténtica sinfonía al natural al quinto de la tarde, con el que cuajó una faena exquisita que marcó una distancia sideral no sólo con sus compañeros de terna sino con la inmensa mayoría del resto de matadores de escalafón. La realidad es que la corrida –que no resiste el mínimo análisis ni en el fondo ni en la forma– la salvó José Tomás con un toro de Domingo Hernández terciado, con muy poquita cara y tan desigual en los primeros tercios que desarrolló sentido en banderillas y que terminó por prender de la ingle de muy mala manera al banderillero aragonés Fernando Casanova. Y fue precisamente ahí cuando salió a relucir todo el valor y toda la técnica que atesora el diestro de Galapagar para encender a un público que se estaba comenzando a hartar del desfile de tanto toro almibarado e insostenible. La faena fue una delicia y tuvo una mitad invisible para muchos espectadores pero que, sin embargo, resultó esencial para lo que luego iba a ocurrir. Primero afianzó al toro con la mano derecha tras un inicio caminador en el que se sacó al astado a los medios con una torería y una limpieza que cada vez pasa más desapercibida. Dos series en redondo a media altura; la segunda la remató por bajo y a partir de ese momento, el toreo en su máxima dimensión: tres series al natural excelsas, lentísimas, con algún lance tan largo que se me hizo infinito. Los pitones del toro a milímetros de sus zapatillas hasta que llegó un portentoso cambio de manos para trasladar la muleta de la mano derecha a la zocata y dibujar, sin solución de continuidad uno de esos naturales que dejan su huella para siempre en el alma. Como no hubo música, tuvimos el privilegio de escuchar su toreo mecido, ése que tiene el compás dentro y que se expresa sin la más mínima impostura, sin una mota de afectación. José Tomás abrochó la faena con cinco molinetes ciñéndose el viaje del buen toro de Domingo Hernández a su costado y tras el remate se fue a por la espada. Antes de ejecutar el volapié tuvo tiempo para ensayar tres preciosos muletazos rodilla en tierra y demostrar, por enésima vez, que es el más grande de los toreros, el Príncipe de Galapagar, como le llaman en Aguascalientes. Se perfiló en rectitud y pinchó en primera instancia. Sin embargo, y más en modo atragantón, firmó una estocada casi entera en el segundo intento que sirvió para despenar a un toro manejable y que al final, gracias al mimo con el que se empleó José Tomás, sacó un fondo de nobleza con el que muy pocos contaban. Fue una inmensa lección de torería, una demostración palpable de su arsenal técnico y de la capacidad que tiene para hacer que esa primera mitad invisible de su faena funcionara a la postre como el cimiento necesario para rematar una sus obras de ese arte insondable que le acompaña con un magnetismo indefinible.
La gran equivocación de José Tomás
De todas maneras, conviene decir que José Tomás se equivoca apuntándose a este tipo de corridas de medio pelo, en cosos en los que se canta una gurripina igual que un natural hondo y con astados con presentación y pujanza impropia de lo que se merece un torero de su colosal identidad. Sin ir más lejos, el primero de su lote, un torete de ‘El Pilar’, feo y ensillado sin la más mínima dignidad en la cara. Daba cierta grima ver a un torerazo como él convertido en enfermero de luces sujetando con su muleta aquella ruina que no se tenía en pie. Puede ser que se lesionara en el caballo, lo que ustedes quieran, pero esa faena de Tomás era en sí misma un absurdo. Sus enemigos ya tienen metralla para lanzarle a mansalva; yo no me siento con legitimidad para hacerlo, aunque eso sí, expongo lo que vi y sentí ayer en el atestado coso leonés. El resto de la corrida no tuvo historia. La realidad es que me decepcionaron los dos toreros: Mora buscó más la postura que el mando y Fandiño se estrelló con sus dos oponentes, sobre todo con el primero, al que asfixió en una primera parte de faena (no invisible) pero demasiado exigente que acabó con las energías del toro con los cambiados al principio y después en dos series corajudas en redondo que agotaron la breve pujanza del animal.
o Feria Taurina de León (22-06-2014) Toros de Garcigrande (3º, 4º y 5º) y El Pilar (1º, 2º y 6º), mal presentados, nobles, sosos, débiles y sin fondo. Algunos con indicios de manipulación fraudulenta en sus astas. Juan Mora: Saludos y silenco. José Tomás: Saludos tras aviso y oreja. Iván Fandiño: Saludos en ambos. Plaza de toros de León: Lleno de ‘no hay billetes’ en la tercera y última corrida de la Feria de San Juan y San Pedro. o Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja