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sábado, 7 de junio de 2014
LUIS MIGUEL VILLALPANDO, UN TAURINO DE OTRO TIEMPO
De todos es sabida mi pasión por Diego Urdiales, por su toreo y por su descarnada forma de perseguir la perfección, ésa misma que encontró el martes en Las Ventas dictando varios manojos de naturales que nos conmovieron por su desusada lentitud. Diego se ha convertido en un torero de culto, en una de las escasas referencias de la pureza que nos van quedando, y como le confesó hace unos días el mismísimo Alejandro Talavante a Iñaki Gabilondo en una entrevista, en «el que mejor torea». Así, sin más rodeos y por derecho. Diego es un tipo tozudo, con las ideas muy claras y con la personalidad suficiente para llevar su carrera profesional con una dignidad que, desgraciadamente, muchos de sus compañeros del escalafón han abandonado. Es decir, que si en la plaza es puro, fuera de ella no hace otra cosa que reflejar nítidamente esa misma filosofía. Pues bien, una de las personas esenciales en la carrera del diestro riojano es Luis Miguel Villalpando; ejerce las funciones de apoderado (se rompe el alma por su torero con quien sea) y lo acompaña en los tentaderos y en las tardes de corrida. Pero mucho más allá de los aspectos profesionales está la absoluta identificación entre ambos, tanto en el concepto como en la dignidad en el trato con las empresas. Villalpando es un taurino de otro tiempo, conoce el toreo como nadie, es capaz de descifrar a un toro por la mirada y creo que habrá pocos con su capacidad didáctica. Lo he hablado mil veces con periodistas de la talla de Paco Aguado, Luis Miguel es una especie en extinción: honrado, sabio, humilde y generoso. Ahora se lleva la pose, el hablar sin saber, y el roneo. No cae bien a los empresarios, y lo entiendo. Saben la razón: no se pliega a los intereses de los demás y es una persona que cuando Diego la ha necesitado ha estado siempre como lo hacen los tipos de verdad. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja