lunes, 7 de abril de 2014
EL CANTE DE LA BAHÍA
Antonio Reyes fue el cantaor encargado de cerrar el ciclo de los Jueves Flamencos en el Salón de Columnas, ya que la última cita será dedicada a la danza y se desarrollará en el espacio mayúsculo del teatro. Antonio Reyes dejó un buen concierto y explicó ese temperamento de los cantaores de la bahía gaditana: buen compás, dulzura, afinación, un repertorio magnífico y, también, un punto de fragilidad a la hora de encaramarse a los cantes. Es decir, que personalmente eché de menos romperse y sentir más el cante; cuando digo romperse es quebrarse, no gritar ni hacer cantes tremendistas, sino dejarse el alma sobre el escenario para conectar con un público que se mostró muy receptivo con las formas del cantaor pero que echó de menos, quizá, el crujirse un poquito por los adentros.
Antonio cantó muy bien por soleá: tiene un sentido del flamenco limpio, un conocimiento profundo de los matices, y con su voz pastueña es perfectamente capaz de delimitar los tonos bajos y sentirse por dentro. Sin embargo, lo percibí como demasiado académico, muy para hacer las cosas bien pero sin terminar de arrebatar. Quizás vaya en su espíritu, en su aliento de cantaor, pero la realidad es que Reyes conoce el flamenco al dedillo, remata los tercios con profundidad y su voz posee el metal y el brillo suficiente para alimentarla con inquietudes y poder crecer exponencialmente en el proceloso y necesitado océano del cante flamenco. Tiene muchas virtudes Reyes, como cantar esa farruca en la que bordó el flamenco, y no por inexplorada, sino porque la sensibilidad de irse por un palo tan poco frecuentado denota su afición y su talento. Creo recordar que el último cantaor que hizo una farruca en Logroño fue José Menese, lo que ya no soy capaz es de calibrar los años que han pasado desde su última actuación, pero no menos de siete.
Me gustó mucho un detalle de Antonio Reyes. Como a muchos aficionados nos gustó el concierto, el público le pidió que hiciera un bis. Y el chiclanero, ni corto ni perezoso, en vez de pegarse las consabidas pataítas por bulerías, dibujó una preciosa toná. Es decir, el mismo cante con el que muchos cantaores se han presentado (en realidad, casi todos) lo eligió Reyes para despedirse de Logroño. Son detalles. Pero en el flamenco, como en la vida, los detalles cada vez cuentan más, y esas pequeñas cosas pueden definir la personalidad de un artista mucho más que cuestiones aparentemente más relevantes. o Este crónica la he publicado en Diario La Rioja