Hace unos días falleció Gerardo Miguel Ruiz ‘Tito’, un maletilla de los de antes que soñó con ser torero y que se hizo muy famoso en los festejos populares riojanos
Gerardo Miguel Ruiz vivía la pasión por el toreo desde que era un niño cuando se aficionó a torear a la sombra de su padre y de ‘Matorro’, aquel banderillero de la calle de San Francisco –casado con la popular señora Sabina–, que estuvo más de 25 años en activo y que se llegó a retirar en la chata de Carabanchel a las órdenes de Manolo Rubio. Con ellos y con las correrías de la edad, a Gerardo, conocido por ‘Tito’, le anidó el sueño de ser torero, un anhelo que no le ha abandonado hasta su prematura desaparición, acaecida en pasado cuatro de febrero.
Del popular barrio de Ballesteros de Logroño, trabajaba como encofrador, aunque en el tajo tenía la cabeza más en el toro que en la masa, porque en realidad, siempre vivía con el ‘veneno’ dentro, tal y como recuerdan su hermano Enrique y su amigo del alma ‘Willy’ Rubio. Llegó a tener el carnet de aspirante a novillero, pero eso quizás sea lo de menos: «Era capaz de montarse en un camión con destino a una ganadería remota de Salamanca para ver si podía subirse en un tentadero a una tapia y pegar tres o cuatro muletazos a una vaca. Tenía una pasión desmedida y hubo temporadas en las que hizo más de 25 direcciones de lidia, con Rubito de Viana o con el que se terciara». Estando en el hospital, ya muy enfermo, se emocionaba con la película ‘Tú solo’, en la que se relatan las andanzas de los alumnos de la escuela taurina de Madrid: «No le gustaba el fútbol, su pasión eran los toros y en San Mateo vivía la feria y las faenas con pasión desmedida», recuerda su hermano, que sabe como pocos la pasión que sentía por ‘Joselito’: «Era su torero, le gustaban otros muchos, pero por José Miguel perdía la cabeza». Cuenta Carlos Lumbreras que pasaba muchas horas con en el la ganadería: «Me ayudaba en casa y le encantaba estar con los animales, los adoraba. Poco antes de morir, cuando superó un coma muy duro, nada más salir del hospital se presentó en la finca a ver el ganado. Yo sabía que estaba muy enfermo y me emocionó verle llegar a casa. Vivía el toreo con una autenticidad enorme y además como persona era un ser extraordinario». Hace cuatro años murió su compañera y aquél fue el primer aviso. «Se repuso», cuenta su hermano y siguió en capeas y en concursos de recortadores dirigiendo la lidia. «Allí donde hubiera un pitón estaba él, siempre perfectamente vestido de corto para hacer realidad los sueños que larvó al lado de ‘Matorro’ y aquellos torerillos del bario». o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.