De cómo el genial escritor gallego le explicó a un cronista de 'La Lidia' el sentido trágico del toreo de Belmonte
Un cronista de la histórica revista 'La Lidia' -que firmaba
con el seudónimo de 'Jotapé'- tuvo la inmensa dicha de compartir una
velada con Ramón María del Valle-Inclán en el estudio del escultor
Sebastián Miranda y conocer, por fin, la filosofía taurina del escritor
gallego, uno de los intelectuales españoles más heterodoxos de todos los
tiempos y un auténtico genio del arte de la tertulia: «Después de los
postres, y de relatarles yo, a petición de Don Ramón y Sebastián
Miranda, mi reciente viaje a Londres, le lancé a Valle la pregunta que
tanto interesaba: Don Ramón... ¿cree usted que hay arte en los toros?».
Y esto es lo que le contestó al afortunado cronista el
autor de Luces de Bohemia: «Naturalmente que sí, y mucho. Mire usted: la
mayor manifestación del arte es la tragedia. El autor de una tragedia
crea un héroe y le dice al público: Tenéis que amarle. ¿Y qué hace para
que sea amado? Le rodea de peligros, de amenazas, de presagios... y el
público se interesa por el héroe, y cuanto mayor es su desgracia y más
cerca está su muerte, más le quiere. Porque el hombre no quiere a su
semejante sino cuando lo ve en peligro. Supongamos que un niño está
jugando en esta habitación, y nosotros no le hacemos caso; al contrario,
tal vez sus juegos nos molesten. De repente, el niño se acerca al
balcón y está a punto de caer a la calle; entonces, todos nosotros nos
levantamos angustiados y gritamos: ¡Ese niño! En aquel momento todos
queremos al niño, pero ha hecho falta para eso, para que nuestro corazón
dé rienda suelta a su amor, que ese ser esté a punto de deshacerse. Es
la tragedia... En los toros la tragedia es real. Allí el torero es autor
y actor. Él puede a su antojo crear una tragedia, una comedia o una
farsa. Cuanto mayor es el peligro del torero, mayor es la amenaza de
tragedia y más grande es la manifestación de arte»
Entre la vida y la muerte
E iba mucho más allá el creador del marqués de Bradomín:
«Hay toreros, como Belmonte, que crean la tragedia, la sienten, y al
ejecutar las suertes del toreo, se entregan al toro borrachos de arte.
Entonces los cuernos rozan las sedas y el oro de sus trajes; la tragedia
se aproxima, el público, sin saberlo, se pone de pie, se emociona, se
entusiasma. ¿Por qué? Por el arte. Quitemos a los toros la facultad de
matar, y ya no hay fiesta, porque no hay tragedia, no hay arte.
Supongamos que en diez años no muere un torero, y entonces se acabó el
interés de las corridas de toros. A un torero que no tuviese peligro de
ser cogido, acabaría por aburrir al público. Eso le pasó al Guerra. Hoy
tenemos el caso de Joselito. Joselito es el torero que tiene mayores
conocimientos y que tiene más facultades físicas. Sin embargo, Joselito
cansará a los públicos. Joselito es el primer actor de la tauromaquia;
pero como en este arte el autor y actor van juntos, Joselito-autor no
quiere crear tragedia; no siente el arte de la tragedia, y a pesar de
sus faenas asombrosas, de sus facultades, de sus maravillas, el público
nota que le falta algo, algo que será la causa de que le aburra un día,
algo que no sabe lo que es. La tragedia... el arte... Su hermano Rafael
ya es otra cosa; tiene menos facultades que él, sabe menos que él;
cuando sale un toro que le inspira, entonces crea arte, entonces es
divino, porque, como Belmonte, se transfigura, y transfiguración es
teología».
Para el genial creador del 'esperpento', «los toros, para
ser tal como deben de ser, precisan tener la parte trágica, la muerte
del toro, del caballo, y de vez en cuando del torero. El torero que
toreando se acerque más a la muerte, ése será el mayor artista, el que
mejor interpretará la tragedia taurina, aunque el otro, el que toree con
mayor facilidad, quede más veces mejor que él. Joselito, los Quintero y
la Argentinita son la misma cosa... Están 'bien'. Bueno, que de todo
esto que le he dicho, los técnicos taurinos, ni aún los mismos toreros,
saben una palabra». Cuenta la historia que Juan Belmonte, lector apasionado de
la obra de Valle «hasta el punto de que la vida que vivía era más la de
los personajes de sus novelas que la mía propia», le contestó al autor
de 'Tirano Banderas' con un lacónico «se hará lo que se pueda» cuando
Don Ramón le dijo: «Juanito, para ser perfecto sólo te falta una cosa,
morir en la plaza».
o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja