A veces los novilleros corren mucho, como si el tiempo les acuciara, como si desearan resolver cualquier adversidad o contratiempo corriendo, poniéndose cuanto antes en la cara del toro para proseguir la faena a toda costa. Sin embargo, el ejercicio del toreo (sobre todo del buen toreo) es hijo de la parsimonia, tanto a la hora de ir a la cara del animal como de interpretar cada muletazo, cuanto más despacio, mejor. De los tres novilleros de ayer, el que menos prisa tuvo fue Daniel Crespo, especialmente en el quinto de la tarde, un precioso castaño chorreao, amplio de culata y sin la más mínima exageración en nada, que tuvo la virtud de desplazarse muy bien cuando le dejaban la muleta muerta y caída por el pitón izquierdo. Daniel no fue capaz de redondear la faena aunque dejó constancia de su concepto al natural toreando con mucha suavidad en varias series. Miren, para mí el mejor torero es el que es capaz de tener más sutileza en el manejo de los engaños, el que sabe imprimir en el vuelo del capote y la muleta lo que está pensando con la cabeza. Y por momentos lo consiguió, aunque fuera un pinchaúvas redomado. Antonio Lomelín me parece un torero valiente pero singularmente acelerado. No dio respiro a ninguno de sus ‘carriquiris’ y justo cuando terminaba una serie, ya estaba otra vez con la muleta en la cara para continuar toreando. Tiene cosas este torero mexicano al que le falta una voz sabia desde el callejón que le corrija esas manías acuciantes. David González dejo un aroma a demasiado nuevo. / Crónica publicada en Diario La Rioja.
o Plaza de toros de Arnedo. Primera del Zapato de Oro. Más de media. Novillos de Carriquiri, serios y de poco fondo. Antonio Lomelín: ovación y silencio. Daniel Crespo: silencio y silencio tras dos avisos y David González: silencio en ambos.