sábado, 17 de agosto de 2013

LUQUE Y LAS TORMENTAS

La lluvia y los toros no suelen ser buenos compañeros, aunque a veces sí. En la historia del toreo hay faenas varias faenas para el recuerdo con el temporal o las tormentas veraniegas como aliadas, como aquella de Víctor Méndez en Bilbao o la de El Tato en Logroño bajo un tormentón casi salvaje. Ayer en Alfaro llovió sin parar prácticamente desde el segundo toro hasta el final y me temo que mucho más allá. La gente aguantó impávida la lluvia y los arreones hoscos del cielo, el ditirambo espectacular y acongojante del astro embravecido, rayos, truenos, relámpagos, metáforas de un verano caliente que se remansa en el valle, sube a la Ibérica y llegó a los predios de Alfaro con el genuino compás de Yerga. El ruedo del coso es de albero y el agua y la tierra se convirtió en una especie de chocolate lánguido y pegajoso que hacía que mantenerse en pie fuera una verdadera epopeya para los toreros, especialmente para las cuadrillas en el tercio de banderillas. Los toros sevillanos de Los Recitales parecían estar más a gusto con el anticiclón de las Azores que con el temporal de ayer... Y la mayoría dejaron de embestir casi desde que salieron al ruedo; excepto, eso sí, el lote de Luque, que se ha convertido en un torero pinturero, listo, variado y fresco cuando los aficionados esperábamos de él un icono de la plasticidad en la lidia. Cortó dos orejas de oficio a dos toros bonancibles pero a mí me gustó de verdad sólo en un momento de la corrida, cuando se acompasó magistralmente galleando por chicuelinas al sexto. Componer en movimiento es cuestión de privilegiados, de artistas con mucho sentido de la lidia, de las distancias y con un gusto exquisito. Lo bordó el sevillano. Lástima que durara poco y se entretuviera en torear para la galería, media altura (necesaria), la pantalla de rigor, el lance mecido hacia afuera, la distancia entre él y el morlaco (cabía otro toro). Francamente no puedo entender cómo siendo tan buen torero pervierte su esencia para pasar por las ferias así, tan circunstancial, tan efímero. Cortó dos orejas, abrió la puerta grande.... todo lo que ustedes quieran, pero no recuerdo un lance suyo para la memoria. Fandiño estuvo hecho un jabato pero falló a espadas. Ve toro en cualquier lado y es encomiable su disposición para contentar a los espectadores. Y Diego... No puedo escribir otra cosa que no sea más que mi admiración a su concepto. Mas sin toros es imposible torear, así nazca de nuevo Manolete. / Artículo publicado en Diario La Rioja

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