miércoles, 28 de agosto de 2013

Diego Urdiales, sublime en Bilbao

Los naturales más sublimes de la feria; y quizás de muchas ferias. La torería más auténtica, la naturalidad sin una mota de afectación y ni una ventaja. Así toreó Diego Urdiales ayer en Bilbao –su plaza– en la enésima tarde para el recuerdo que ha dejado el riojano sobre esa tierra negra forjada con un acero que parece trepar por sus venas desde las plantas de sus pies hasta su corazón para recrecerse como un titán cuando las crueles estadísticas de un año en extremo complicado querían volverle a poner de nuevo entre las cuerdas. Se dice que fue un faenón y conviene explicar que Diego toreó con las yemas de los dedos desde que recibió al victorino con el frágil vuelo de su capote con una tanda de verónicas mecidas a compás; hubo alguna sencillamente inolvidable, y las emociones vividas en otras temporadas comenzaron a agolparse en una afición –la bilbaína– que lo ha adoptado como suyo porque, sin duda, emite con su tauromaquia un mensaje distinto a casi todos, genuino, brutal, sincero. Es decir, el toreo puro, ése con el que navega Urdiales en una fiesta marcada por el resultadismo como si esto fuera un deporte y no una manifestación artística en la que un creador se juega la vida en pos de emociones éticas y estéticas. Sin trampa ni cartón, sin trucos, sin efectismo, sólo con la desnuda verdad que tiene de concebir y sentir el toreo. A partir de ese momento con el capote, Diego Urdiales se fusionó con un toro excelente y dirigió la lidia con mimo para llegar sin prisas a la muleta. «Era el toro que necesitaba», pareció decirse en ese momento esencial y dramático y tomó su leve engaño sin inquietudes: tenía muy claro lo que había que hacer y poseía todas las herramientas necesarias para consumar la obra.
 

Dio igual que en ese momento, exactamente ahí, comenzara  a llover y que el viento, que hasta ese instante dormía a los papelillos en el terreno del burladero de capotes, empezara a revolotear los pliegues de la pañosa. Diego se sacó al toro por abajo hasta el centro del platillo y en un seco derrote le destrozó la muleta. Tomó otra, le lanzó los vuelos en redondo y comenzó a rugir Vista Alegre con una serie maciza y rotunda en la que se empezaba a forjar la estructura de una faena que iba a crecer definitivamente al natural. Y qué forma de torear al ralentí por abajo, con los pitones literalmente cosidos a los flecos y sin hacer el más mínimo aspaviento. Toreó tan reunido con el toro y tan despacio que daba gloria ver aquella belleza. Y cuanto más llovía y más peleón se ponía el viento, más  firme estaba un Urdiales que parecía ungido, tocado por el espíritu santo para ir desgranando varias series colosales. No se ha visto torear así en toda la feria. El toro no era el mismo por el pitón derecho, pero le dio igual a un torero que abrochó la faena con varios muletazos por abajo, con la rodilla flexionada, en los que crujió literalmente los cimientos del impresionante coso. Hubo dos inauditamente largos, soltando la embestida con una precisión que sólo está al alcance de unos cuantos elegidos. Era de dos orejas la faena; sin duda la mejor de las Corridas Generales y una de las más importantes de la temporada. Se tiró por derecho, pinchó en todo lo alto y al salir de la suerte pareció trastabillarse y el toro le lanzó un derrote a la cara tremebundo. Pensamos lo peor, pero el diestro de Arnedo se rehizo pronto y un certero descabello le sirvió para cortar una oreja y pasearla con ese tono ceremonial que aromatizan las grandes actuaciones, una más en su Bilbao del alma.

El segundo de su lote era un pavo (todo el envío de Victorino Martín estuvo marcado por una impresionante seriedad) y sus malas intenciones se vieron claras desde el primer momento. Entoces, Diego, artista en el primer toro, se transformó en un lidiador inmenso y no sólo estuvo por encima de la alimaña, sino que logró a base de una firmeza desusada y una torería increíble, meter en la canasta a un animal incierto, reservón y avisado que sabía en cada lance lo que se dejaba detrás.Fue dos veces al caballo, yo le hubiera llevado otra más, y a pesar de su viveza y las malas intenciones, el riojano brindó al público y comenzó a llover. No importaba, sacó su mano derecha, la mandona, y fue sometiendo a un astado que respondía a base de amagos, miradas al cuerpo del torero, e inopinadas arrancadas. La capacidad técnica de Urdiales volvió a impresionar a unos aficionados que sabían que allí había tela que cortar.
 

La corrida de Victorino fue una de las mejores de la Feria de Bilbao y posiblemente una de las más completas de las que ha lidiado en este coso. Antonio Ferrera dio una buena dimensión en su dos toros aunque estuvo por debajo de la calidad de un pitón izquierdo muy bueno del segundo de su lote. El Cid tuvo dos ejemplares de buena nota: con el tercerno no se acopló y desraciadamente estuvo muy por debajo del sexto, un toro que tuvo donosura en sus embestidas, especialmente por otro pitón izquierdo de ensueño. Pero ayer la tarde de Bilbao tuvo un toreo, un ritmo y un sentimiento que había nacido en La Rioja. /Crónica publicada en Diario LA RIOJA

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