Hay una paradoja casi grotesca en las últimas (muchas) tardes de Diego Urdiales en Madrid. No le embiste ni un toro ni aunque Júpiter se enfrontile con Andrómeda y a la vez el cinturón de Orión se revuelva sobre sí mismo y aprisione a Venus en un cataclismo sideral. Sin embargo, y no deja de ser curioso, en esas muchas tardes venteñas (yo ya he perdido la cuenta) casi siempre ha saltado a la arena algún ejemplar faenable y desorejable. Así que si usted es apoderado, mozo de espadas, torero o piensa apoyar a algún matador, haga lo que buenamente pueda para anunciarse en Madrid al lado del riojano: para usted el toro, para el de Arnedo la hiel, la herida en el alma, el llanto callado de la impotencia. Y ayer volvió a suceder. Pensaba yo -tonto, estúpido de mí-, que no, que tan mala baba no podía albergar ese destino negro que se cierne como un yugo sobre su montera. Pero, repito, volvió a suceder. Apenas ni una embestida que llevarse a la boca, a la bamba de la muleta o a los vuelos de su capote. Hubo dos toros con posibilidades: el primero de David Mora y el segundo de Juan Bautista, especialmente éste último, que a pesar de haber sido masacrado en el caballo, desparramó una nobleza y una calidad que se fue escapando a borbotones a medida de que el torero arlesiano iba desgranando una faena tan lánguida como conservadora, tan inane como previsible (vaya cantidad de toros buenos que ha sorteado en Madrid en las últimas temporadas). Y Diego, entre barreras, imagino que masticando el desaliento de una tarde más en la primera plaza del mundo desvanecida entre el rumor de los oles soñados y el agrio sinsabor de lo que se va y ya no vuelve.
La corrida de Baltasar Ibán impuso respeto por su seriedad exenta de romana. Toros fibrosos, sin un átomo de grasa, duros, correosos y mansos en líneas generales que vendían cara su piel y que exigían el carnet. El primero del lote del riojano compareció en el ruedo con la cara por las nubes desde su salida contraria de toriles. Acudió cuatro veces al caballo aunque en tono de huida, rebotándose del peto y buscando los terrenos abiertos donde nadie le molestara. En la muleta no dio la más mínima opción y aunque Diego trató de hacerlo pasar por ambos pitones, acabó parándose a las primeras de cambio. No me gustó la desordenada lidia de una cuadrilla que por momentos pareció desbordada y afligida.
El segundo de su lote dio a entender en los primeros tercios que quizás tenía algo más de recorrido. Diego lo toreó con regusto, aplomo y cadencia con el capote a la verónica y galleó después por chicuelinas con ese empaque suyo inimitable. No le sentaron bien las banderillas y con la muleta acompañó sus embestidas con un calamocheo incesante. Diego le dio sitio, lo embarcó en redondo en dos series para convencer al toro a embestir y el animal empezó a defenderse con descaro. Por la izquierda fue una auténtica prenda; en un violento gañafón casi le arranca la cabeza de cuajo. Volvió a la mano derecha y se dio un arrimón entre los pitones de los que quitan el hipo con la certeza de que no había nada que hacer, de que incluso alguno de los listos que pueblan el tendido le pudiera acabar pitando. Diego colocó la muleta tras su cadera y se enfrontiló ante el toro con una verdad absoluta. No había otra opción que ponerse ahí. Y ahí se fue, donde quema la mirada y los pitones rozan la taleguilla, donde no te perdona el toro si cometes el más mínimo fallo. Y eso fue todo. Es decir, la nada estadística, el todo interior a salvo, la conciencia limpia, impoluta, intocable, innegable.
El segundo toro bueno de la corrida salió en tercer lugar y le correspondió a David Mora. El torero de Toledo dejó escapar una buena oportunidad en una faena en la que abundó la entrega pero en la que sobresalió el desgobierno. Hizo un quite suicida por gaoneras en el que se libró de una voltereta de milagro y luego sumó tandas sin orden ni concierto hasta que el toro se aburrió y empezó a salir de los muletazos desentendiéndose del engaño. Lo mejor, la estocada; lo peor, saber que Madrid te ha dado un toro y que tú has estado por allí. Así es el toreo y quizás la vida. La paradójica y cruel realidad de que para algunos la ocasión la pintan calva y otros pueden quedarse calvos esperándola.
o PLAZA DE LAS VENTAS / Toros de Baltasar Ibán (encaste Contreras) serios, armados y muy finos de tipo. Mansos, correosos y duros. El mejor fue el quinto, un gran toro que desarrolló nobleza por ambos pitones. El 3º, bueno hasta que se aburrió. El 2º se rompió un pitón y fue reemplazado por un sobrero de El Montecillo, una mole que no tuvo mal aire aunque le faltó fondo. El lote de Urdiales fue horroroso, reservón el primero e incomodísimo el descarado cuarto. Diego Urdiales: silencio y silencio (aviso). Juan Bautista: silencio y pitos. David Mora: división y silencio. Plaza de toros de Las Ventas. 6ª corrida de la Feria de Feria de Arte y Cultura. Alrededor de media plaza en una tarde fresca. / Esta crónica la he publicado en Diario La Rioja