Foto: Wences Muñiz |
Un pequeño viaje al universo técnico y estético del mejor toreo de capa de la historia
Morante de la Puebla causó una honda conmoción en la afición sevillana en la pasada Feria de Abril con un toreo de capa absolutamente sublime y con una media verónica tan lenta y tan profunda que ha tenido enormes consecuencias en el ánimo del toreo, los toreros y también entre los aficionados. Algo ha quedado claro: nadie torea como él en la actualidad y quizás nadie lo haya hecho así en toda la historia del toreo. Ahí están los vídeos y las fotografías, a las cumbres de Victoriano de la Serna, Cagancho o Rafael de Paula (tres diestros absolutamente oníricos con el percal) les cuesta rivalizar con esta singular cadencia morantista en la que lo barroco ha dado paso a una naturalidad y a un concepto único pero que a la vez encierra en sí mismo toda la evolución del toreo. La verónica de Morante de la Puebla es sublime y no existe la más mínima impostación. Eso sí, lleva prendido en sus vuelos y en su asiento un aroma gitano (que no agitanado) a Rafael, el mando de Joselito el Gallo, el desgarro de Juan Belmonte, el temple de Fernando Cepeda, la tensión sostenida de Victoriano de la Serna y la lentitud mexicana con la que las ha mecido José Tomás. Sin embargo, por encima de todos ellos se sitúa la verónica de Morante, al que curiosamente no le hace falta el mejor toro para imprimir el osado ademán de su toreo. Necesita más ritmo que humillación, más compás que temple porque exactamente todo lo que les falta a esas embestidas para que sean perfectas lo resuelve el de la Puebla con infinitos matices técnicos.
Algo de técnica
Este año se le ha visto asir el capote mucho más cerca de la esclavina, con las manos recogiendo bastante más tela entre los dedos para dominar al toro y al viento. El capote, de poco apresto, se muestra liviano, suave, con el dedo gordo recogiéndolo por dentro y configurando a través de él una especie de nervio que trasmite las órdenes de las muñecas a las yemas de los dedos para emitirlas después al vuelo final de la tela. Es decir, Morante de la Puebla tiene en la mano todo el engaño y domina con él los toques y los vuelos de arriba abajo en la máxima extensión jamás vista del toreo de capa. Pero hay más, en su verónica el trazo es tan poderoso porque deja caer los brazos sin aparente tensión y a su vez es capaz de jugar con la altura para imprimir exactamente el ritmo que quiere dar a cada animal. Quizás ése sea uno de los secretos más increíbles de su dominio, de la belleza que imprime a su toreo y con el que marca unas diferencias abisales en el actual escalafón. Este año, además de Sevilla, impresionó con su tacto en las Fallas de Valencia, donde bordó el toreo en una tarde en la que la espada le privó quizás de un rabo. Acaba de participar dos tardes en la feria de Aguascalientes (México). Y literalmente ha acabado con el cuadro, especialmente el pasado jueves en la que mucho más allá de cortar dos orejas dio otra muestra del momento que atraviesa. Llega San Isidro y le esperan tres tardes (16, 23 de mayo y cinco de junio). ¿Quién se atreve a pronosticar lo que puede suceder? Morante ha sido un torero especialmente madrileño, donde se le adora. En Las Ventas ha dejado tardes para el recuerdo. Si un toro le embiste con ritmo y le aguanta nadie sabe lo que pasará. Nadie. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja, la foto es de Wences Muñiz.