Tiene que ser muy duro ser como es Diego Urdiales. Es más,
me imagino que debe de habitarle por sus adentros una moral de granito
puro, de mármol berroqueño o de acero forjado porque en caso contrario
se antoja imposible aguantar lo que soporta y no venirse abajo
desesperado. Barrunto que tiene que ser como comerse un sapo llegar a
Valencia, anunciarse con una de las divisas señeras del campo bravo, y
encontrarse delante apenas algo así como la mitad de medio cuarto de
toro para expresar lo que lleva todo el largo invierno ensayando en la
soledad de su casa, por los pinares de Vico o en esos cercados de media
España, que lleva pisados desde que acabó San Mateo con la mente puesta
en este marzo gélido y ventoso. Y digo que tuvo la mitad de medio cuarto
de toro y exagero. Y a esa mitad de medio cuarto de toro, que salió en
primer lugar, fue Diego Urdiales y lo toreó. Pero cuando se dice torear
no me refiero a ponerse por allí y dejar pasar al bicho como hace la
mayoría. No. Digo torear; es decir, colocarse, echar los vuelos de la
muleta al hocico y arrastrar el engaño acompañado el viaje con la cadera
y rematando el lance detrás para quedarse colocado; y sin toques ni
ventajas, ligar con el siguiente natural. Así toreó Diego Urdiales ayer
en Valencia a esa mitad de medio cuarto de toro para asombro de los
pocos espectadores que había en la plaza y los muchos que lo vieron a
través de la pequeña pantalla. Urdiales toreó al ralentí, con singular
cadencia, encajado, sutil, roto pero sin apenas afectación. Estuvo tan
por encima de las circunstancias porque se encuentra en un momento
profesional jubiloso. Cuidado con él. Yo aviso. Y es que a poco que le
ayude uno en cualquier plaza (el sábado actúa en Arnedo mano a mano con
El Juli y el día 24 de este mes lo hace en Las Ventas) puede formar un
lío con el que no me atrevo a soñar para no gafarlo.
Twitter ardía ayer con la ya legendaria mala suerte en los
lotes del riojano, pero personalmente prefiero no tener opciones con un
toro que salir escaldado con uno que embista; y ayer en Valencia, un
Alcurrucén le dio por embestir: es cierto que no andaba sobrado de
fuerzas, pero derrochó una clase y una calidad que me hacen guardar a
buen recaudo todas mis esperanzas. Fue el segundo, le correspondió a
David Mora y lo toreó como hace la mayoría; eso sí, le sobró el ánimo,
la entrega, pero abusó del cite ventajista, del 'fueracahismo' y de
torear mucho más para el público que para el toreo. Me volvió a gustar Jiménez Fortes con el alocado tercero,
un toro raro, saltarín, manso pero con cierto genio que embestía muy
recto y con el que cualquiera hubiera pasado un quinario. Estuvo
valentísimo el joven torero malagueño, que se pegó un arrimón final
importante, de esos que secan el gaznate como si te metes una copa de
Ojén de un viaje. Al segundo de Diego le faltaría si le llamo toro. Eso sí,
lo parecía; era un bellezón, acaramelado de cuerna, bien puesto de
pitones, amplio y largo de viga. Pero no tenía dentro nada. Es decir,
menos que nada. Era como un programa electoral. Todo por fuera y mentira
por dentro. Diego lo intentó, pero aquel empeño era más utópico que un
Urdangarín arrepentido devolviendo la pasta gansa que flirteó a esta
España de nuestras conciencias. Media estocada y a otra cosa. La corrida
había entrado en barrena y ya no había ninot que la levantara. No ha
habido 'mascletá' en Valencia, pero el ánimo queda por todo lo alto. Yo
aviso, les aviso, les pongo en antecedentes de lo que nos espera.